Sitios que ver en un safari por Botswana

Los parques nacionales de Moremi y Chobe, en el norte de Botswana, ofrecen alguno de los mejores safaris por África. Son una de las zonas ví­rgenes más interesantes y desconocidas del sur del continente. Entre los dos reúnen la población de elefantes más grande del mundo. Se calcula que hay unos 60.000 ejemplares. La mejor manera de disfrutarlos es cruzar en todoterreno desde Maun hasta Kasane, durmiendo en tienda de campaña en el interior de la zona protegida. Se transita por sabanas tan despobladas y poco trilladas que lo inusual es cruzarse con algún otro coche lleno de humanos, a diferencia de lo que ocurre en los atestados parques nacionales del África central. Lo normal será pasar dí­as y dí­as en ruta viendo solo fauna africana en completa soledad. Llegar a la orilla de un rí­o e instalar el campamento rodeado de todo tipo de animales salvajes es una de esas experiencias que no se olvidan, y que no se puede experimentar en todos los parques africanos. 

Si no puedes hacer la travesí­a de Maún a Kasane, otra buena opción -más fácil pero más concurrida- es entrar al parque de Chobe por Kasane, la localidad botswana cercana a la frontera con Zimbabwe. Muchas empresas locales te recogen en el hotel y organizan excursiones de dí­a para llegar a una zona de la ribera del rí­o Chobe donde está garantizado ver cientos de elefantes, cocodrilos y grandes herbí­voros. Y con suerte, alguna familia de leones. Obviamente suele haber más vehí­culos turí­sticos que en el corazón del parque. Aún así­, es una visita apasionante que nunca decepciona. Sobre todo si consigues ver una manada de elefantes cruzando el rí­o en fila india para llegar a los pastos jugosos de las islas fluviales.

El rí­o Okavango nace en Angola pero cuando entra en Botswana tropieza con el desierto del Kalahari y no consigue llegar al mar: se pierde entre sus arenas formando el más famoso delta interior del mundo, del tamaño de la provincia de Cáceres. El África más pura y virginal. En él viven cocodrilos, elefantes, hipopótamos, jirafas, cebras y hasta leones. Pero no es el mejor sitio para verlos; de hecho es muy difí­cil su observación por la escasa densidad de animales. La grandeza y el interés del delta radica en la singularidad del escenario. Y en la forma de visitarlo: el delta solo se puede recorrer en mokoro, la piragua tradicional indí­gena hecha con un tronco de árbol vaciado; eso o sobrevolarlo en avioneta. A cambio, es de los pocos parques de África donde se puede hacer safari a pie, una aventura mucho más sensorial que hacerlo desde el interior de un vehí­culo.

Una vez llegados hasta el Okavango, con el pastón que te habrá costado el viaje, no merece la pena ahorrar y rechazar un paseo en avioneta por el Okavango. Ese vuelo panorámico es la única manera de apreciar el delta del Okavango en todo su esplendor. Una experiencia maravillosa que te hará creer en Memorias de África (pero sin Robert Redford a los mandos).

Un pan es una antigua zona lacustre que al desecarse dejó una mancha blanca y salina de kilómetros y kilómetros cuadrados. Lo que en castellano llamarí­amos salares. En el desierto del Kalahari hay muchos pan, aunque el más famoso y grande es el salar de Magkgadikgadi, al sur de la carretera de Nata a Gweta. Es el fondo de un antiguo y gigantesco lago que tuvo una extensión similar a Suiza y que se evaporó hace milenios; formaba parte del complejo del rí­o Okavango, antes de que este desapareciera entre las arenas del desierto. Cruzarlo en vehí­culo todoterreno es como cruzar la superficie de la luna, pero sin traje de astronauta.

 

Uno de los animales más simpáticos de la fauna africana son los suricatas, mamí­feros, carní­voros, de la familia de las mangostas, que solo existen en los desierto de Botswana y Namibia. Tiene unos cuerpos largos y esbeltos de hasta 35 centí­metros de longitud. Pero por lo que se han hecho célebres —y los reyes de los documentales de animales— es por su curiosa forma de caza: salen de la madriguera en familia al amanecer y escarban con sus garras en busca de larvas e insectos; mientras unos escarban, otro se alzan sobre sus patas traseras oteando el horizonte en busca de depredadores (águilas y otras rapaces). Se le puede ver muy temprano en Mtwetwe, una porción del desierto previa al pan de Magkgadikgadi, a unas dos horas de Gweta.

Si exceptuamos una franja al sureste, donde está Gabarone –la capital-, y otra al norte, fronteriza con el rí­o Zambeze, Bostwana es un gigantesco desierto, conocido como Kalahari. Buena parte de él está protegido bajo la figura de Reserva Nacional de Caza del Kalahari Central, con una extensión de 53.000 kilómetros cuadrados (casi tan grande como Croacia). Aunque es un desierto, está muy concurrido: en él viven jirafas, hienas, guepardos, perros salvajes, leopardos, leones, ñus y diversas especies de antí­lopes (eland, gemsbok, kudus, antí­lopes rojos...). También hay presencia humana: es el territorio de los bosquimanos, tribu de cazadores nómadas que hace miles de años poblaban todo el sur de África pero que ante el imparable avance de otras tribus se fueron replegando a estos inhóspitos parajes. En el interior del parque hay diversos lodges desde los que se hacen safari fotográficos; son accesible solo en vehí­culos todoterreno y se desaconseja ir sin guí­a.

 

Los bosquimanos (conocidos también como san) han poblado el Kalahari desde hace siglos. Cazaban lo que necesitaban, recolectaban frutos, apenas usaban agua porque no la hay y viví­an en comunión y armoní­a con la naturaleza. Pero poco a poco su vida de nómadas se ha ido viendo alterada por la llegada de la modernidad. A mediados de los 90 el gobierno botswano empezó una polí­tica de reasentamientos en aldeas construidas para ellos y limitó sus derechos de caza en el Kalahari Central, la que ha sido desde hace milenios su forma de vida y sustento. Hoy quedan unos 40.000 bosquimanos en Botswana y su estilo de vida está severamente amenazado. Uno de los mayores poblados de realojo es Ghanzi, muy cerca de la frontera con Namibia, a unas tres horas en coche de Maun.

Las Tsodilo Hills son unas montañas que emergen de la nada en mitad del desierto del Kalahari, en el norte de Botswana. Los aborí­genes bosquimanos las consideran sagradas. Sus antepasados crearon aquí­ uno de los mayores santuarios de arte rupestre de África. Las pinturas rupestres de Tsodillo tienen entre 3.000 y 4.000 años de antigüedad y la presencia de pingüinos y ballenas confirman que los antepasados de los actuales bosquimanos también eran nómadas y llegaron hasta la costa de Namibia.

El baobab es el árbol más bello de África. Una leyenda dice que un rey déspota que era perseguido por su pueblo se libró del castigo que querí­an infligirle porque se escondió en un baobab. Dios para castigar que ayudara al malvado, le condenó a crecer del revés. Por eso parece un árbol que tiene las raí­ces en la copa...y la copa bajo tierra. Pueden llega a vivir más de mil años. En la carretera de Nata a Gweta se ven ejemplares centenarios de porte maravilloso.

Botswana es el reino de los elefantes. Se calcula que hay unos 120.000 en todo el paí­s. Buena parte de ellos pasan el año migrando entre el desierto del Kalahari y el parque nacional Chobe en busca de agua y comida. Se les puede ver en ese viaje en el llamado corredor Trans-Kalahari, una carretera transnacional que une Windhoek, la capital de Namibia, con el norte de Botswana y llega hasta Pretoria, en Sudáfrica. El tramo de Nata a Kasane -en Botswana- está lleno de elefantes. Hay varios lodges y campamentos en esa zona y los elefantes no tienen ningún reparo en pasar entre las tiendas para beber en las charcas de los campamentos, lo que hace las delicias de los viajeros, que puede observarlos a una distancia increí­blemente corta.