Bukhara (pronúnciese Bujará) es una de las ciudades más bellas de Uzbekistán, además de una de las joyas de la Ruta de la Seda. Es el oasis imaginado de cúpulas doradas, de caravanas y caravanserais, de los cuentos de Las mil y una noches. Te explico en este reportaje todo lo que debes saber para disfrutar de esta ciudad-oasis de panzudas cúpulas, mausoleos de adobe y altivos minaretes, de madrasas coránicas y mezquitas recubiertas de azulejos vidriados. Una de las visitas imprescindibles si haces turismo en Uzbekistán.
Publicado por Paco Nadal el 17 de junio de 2019.
Bukara fue la capital de un reino samánida, una dinastía de emires persas cuyo imperio (819-999), en su máximo apogeo, se extendía desde Mongolia a las fronteras del actual Pakistán, y que fueron grandes mecenas del arte y la literatura. Poco a poco, tras la islamización del Asia Central, Bukara se convirtió en el centro cultural y religioso de toda la región. En sus madrasas estudiaban el corán miles de alumnos y enseñaban figuras de la talla del médico, filósofo y científico Ibn Siná (Avicena, en español), nacido en la ciudad en 980, o del poeta Hak'm Abul-Q'sim Firdaws, quien dedicó 30 años a escribir la más grande epopeya de la dinastía samanida.
En 1220, en plena expansión del imperio mongol, las huestes de Gengis Khan arrasaron Bukhara, al igual que hicieron con Merv y otras muchas ciudades-oasis de estas estepas. Curiosamente, de aquella razzia que no dejaba piedra sobre piedra solo se salvó el minarete Kalon, un delicado alminar de mampostería de 47 metros de altura levantado en 1127. Tan bello y perfecto era que el mismo Gengis Khan ordenó que se respetara. Aún hoy es el icono de Bukhara. Kalon hacía las funciones de alminar, pero también de faro para guiar con el fuego que se encendía en su cúpula a las caravanas del desierto cuando les sorprendía la noche o una tormenta de arena.
Anexa al minarete se levanta ahora la gran mezquita Kalon, con capacidad para 12.000 fieles, que sustituyó a la destruida por los mongoles. Se puede entrar y pasear por sus arcadas y por el inmenso patio. Un total de 288 pilastras de mampostería soportan el tejado, decorado con cúpulas y galerías.
Frente a la mezquita Kalon aparece esta madrasa, que aún funciona como tal, con una fachada interrumpida por un altivo iwan (pórtico) con nichos abovedados, arcadas en forma de logias y todo forrado de azulejos púrpuras y verdemares repletos a su vez de geometrías y relieves de textos sagrados. Dicen las crónicas que tuvieron que vender 3.000 esclavos persas para pagar su construcción. Tiene 114 celdas, el mismo número que suras el Corán. Ambas, Kalon y Mir-i-Arab, junto con la mezquita Djuma, compone la plaza Poi-Kalon, uno de los rincones más bellos y sugerentes de esta ciudad anclada en el pasado.
Bukhara tiene el mismo color terroso que el desierto que la rodea. El centro de la ciudad vieja gira en torno a Lyabi-Huz, una plaza construida en 1620, cuando la ciudad volvió a prosperar económicamente hasta convertirse de nuevo en eje de espiritualidad del Islam centroasiático bajo el khanato de Bukhara. A Lyabi-Huz conviene ir al atardecer, cuando los chaikhanas locales preparan las mesas al aire libre y el aire caliente del desierto cede protagonismo a los frescos perfumes de un ocaso casi siempre avasallador. Es además, la única zona con un poco de vida nocturna; las demás callejas se sumen con las sombras en la misma quietud que cuando las caravanas descargaban aquí mercancías preciosas. Se puede pedir patyr, el pan tradicional de Bukhara hecho con harina, mantequilla y agua, y plov, el plato nacional uzbeko (guiso de arroz, cordero, ternera y zanahorias). Todo bien regado con vodka o vino local. Los uzbekos son musulmanes, pero 50 años de imperio soviético dejaron su huella. La mesas se colocan en torno a un estanque que cubre el centro de la plaza.
En torno a Lyabi-Huz y repartidos por todo el shahristan, el centro monumental, podrás ver y visitar otra de las construcciones características de Bukaara: los bazares. Bazares cubiertos de cúpulas en los que hoy ya no se venden especias ni sedas de China sino souvenir para turistas pero que recuerdan el carácter comercial y de intercambio con el que nació la ciudad. Esos famosos bazares salpicados por el intrincado dédalo de callejuelas del centro histórico han hecho de Bukhara una de las ciudades más visitadas de la ruta de la Seda. Están diseñados para procurar sombra y mitigar el calor del desierto por lo que pasarás horas en su interior en busca de gangas y objetos curiosos.
Las grandes madrasas y mezquitas que hoy vemos en Bukhara, enfrentadas unas a otras, con sus imponentes pishtaq (fachadas) decoradas con mosaicos de diseños epigráfico, abstracto o geométrico, medias cúpulas y azulejos vidriados, fueron construidas durante el reinado de Timur (o Tamerlán), gobernante que rigió desde Samarcanda un territorio de más de 8 millones de kilómetros cuadrados entre 1370 y 1526. Él y sus sucesores, muy en especial su nieto Ulug Beg (1409-1449), mostraban al mundo su poderío y sus conocimientos a través de estos grandes complejos religiosos y culturales. Modelos arquitectónicos sumamente originales y sin parangón en ninguna otra zona del Islam. En aquella Bukhara del siglo XVII llegaron a coexistir 130 madrasas y 300 mezquitas, que acogían a estudiantes y eruditos de todo el mundo musulmán.
Hace 100 años Bukhara estaba surcada por una red de canales y más de 120 estanques de piedra como el de Lyabi-Huz. Eran utilizados para el riego. Los primeros pobladores de las estepas buscaban ante todo tierras fértiles, que no necesariamente estaban a la orilla de los río. Tanto Bujara como Jiva se levantaron como centros de intercambio en torno a frágiles oasis a mitad de camino entre los rigores calurosos del desierto del Karakum y las montañas Celestiales, las Tien Shan, en vez de como estamos acostumbrados en Occidente, a la vera de caudalosos ríos. Quizá por esa aridez que les rodeaba y por el aislamiento al estar fuera de conocidas rutas fluviales ambas se han conservado en tan perfectas condiciones. Los ingenieros hacían llegar el agua mediante redes de canales para luego almacenarla en esas balsas urbanas. Pero a menudo el agua estancada se volvía ponzoñosa y era frecuente causa de epidemias por lo que los soviéticos, cuando tomaron el poder, renovaron el sistema de riego y eliminaron la mayoría de piscinas en el interior de la ciudad. Pero en un paseo por el centro histórico aún podrás ver algunas de esas pozas y canalizaciones históricas.
Un poco alejada del centro pero fácil de encontrar callejeando aparece esa curiosa construcción, antigua puerta monumental de una madrasa ya desaparecida. Una pequeña delicia con cuatro torres rematadas por cúpulas vidriadas que se levanta en medio de un barrio popular, alejado como digo del centro histórico.
En Uzbekistán hay una gran tradición del teatro de marionetas. Y en casi cada pueblo encontrarás aún actuaciones callejeras y artesanos que fabrican la famosas marionetas uzbekas. Uno de los mejores es el taller de Iskandar Kharimov, en uno de los laterales de la plaza Lyabi-Huz, de Bukhara. Compres o no compres, merece la pena entrar y dejar que te expliquen cómo las hacen. La tradición de las marionetas en Uzbekistán se remonta al siglo IV. Se empezaron a hacer de madera y luego de cerámica. Desde principios del siglo XX se fabrican con papel maché. Se empieza dibujando el personaje para luego modelarlo en plastilina. Después se hace un molde en escayola y sobre él se van aplicando capas de papel de periódico, agua y harina. Una vez seca la mezcla, se le da un recubrimiento con pigmentos aceitosos coloreados. Se tardan unos siete días en hacer una buena marioneta a mano. Por eso no son baratas.
La madrasa más bonita de Bukhara fue construida en el siglo XVII por los mejores artesanos y arquitectos que el khan pudo traer desde India y China. Por eso en su fachada cubierta de mocárabes hay además de elementos naturales también algunos animales, como figuras de dragones. Una parte funciona aún como mezquita aunque su patio interior alberga ahora un mercadillo de recuerdos para turistas donde se pueden encontrar piezas de cierta calidad de lapislazuli y plata.
Frente a la ciudadela encontrarás esta mezquita, la más singular de Bukhara por las 20 enormes columnas de madera que soportan su pórtico. Aunque la gente le llama la de las 40 columnas: las 20 reales y las otras tantas que se reflejan en un estanque cercano. Cuenta la leyenda que se construyó con el dinero recaudado con una sola de las joyas de la mujer del emir. Tras la II Guerra Mundial se usó como almacén y más tarde, como billar. Hoy, completamente restaurada, vuelve a ser lugar de culto. Las pequeñas estancias accesibles desde la fachada eran habitaciones para derviches y peregrinos.
Otra de las visitas imprescindible de Bukhara es al Arq o ciudadela en la que vivieron los gobernantes del kanato hasta la llegada de los rusos en 1920. Las sólidas murallas, con sus curiosos torreones panzudos encierran un conjunto de edficios, antiguos palacios y una gran templo, la mezquita de Ul'dukhtaron, que hoy se pueden visitar. Las estancias albergan museos y representaciones de cómo era la vida en el interior de esta ciudad fortificada en la que se refugiaron –en vano- los habitantes de Bukhara en el siglo XIII cuando las tropas de Gengis Khan asaltaron la ciudad. La puerta monumental está flanqueada por dos torres añadidas en el siglo XVIII. La ciudadela data al menos del siglo V y fue construida sobre ruinas –visibles en algunas zonas excavadas- de otras antiguas edificaciones.
Un sitio recomendable es The Old House, en la calle Sarrafon, 5, una de las callejuelas de la ciudad antigua, cerca de Lyabi-Huz. Una casa antigua del barrio judío, con su iwán y sus habitaciones y mobiliario tradicional. Buena comida uzbeka. Pide un dmalaman, guiso de ternera con col, tomate, zanahorias y patatas. La plaza Lyabi-Hauz está llena de restaurantes que hacen barbacoas y platos tradicionales, en especial al atardecer.