Khiva es una de las tres ciudades históricas de la ruta de la Seda en Uzbekistán. Su casco antiguo, Itchan-Kala, es el que mejor ha conservado la fisonomía que tenían cuando las caravanas paraban en busca de descanso antes de internarse de nuevo en el desierto. Un auténtico viaje en el tiempo.
Publicado por Paco Nadal el 01 de enero de 2018.
De las cuatro puertas con las que contaba y aún cuenta Itchan-Kala (la vieja ciudad amurallada) la más concurrida y utilizada es la situada al oeste, Ata Darvoza, con sus dos torres gemelas. Aunque en realidad es más monumental y grande la opuesta, Palvan Darvoza, o puerta del Este. Por Ata Darvoza suelen entrar los turistas porque es la más cercana al palacio de Kunya Ark y a la parada de taxis y transportes colectivos. A la derecha, antes de acceder al recinto amurallado, conviene acercarse a ver el gran mural de azulejos con el mapa de la ruta de la Seda, en el que se aprecia la inmensidad del territorio que atravesaba y la posición central que ocupaban las ciudades uzbekas en esa crucial vía de comercio de la antigüedad.
Nada más entrar por Ata Darvoza aparece a la derecha esta antigua madrasa ordenada construir por el khan Muhammad Amin hacia 1855. Amin quería perpetuar su recuerdo y engrandecer su khanato construyendo la más grande de las madrasas y el más alto de los minaretes del islam: 80 metros, dos más que el Qutub Minar de Delhi (India). La madrasa la terminó (hoy es un hotel), pero el minarete estaba inconcluso cuando murió en una batalla contra los turcos. Y así se quedó; sus sucesores fueron incapaces de financiar tan costosa obra. Aunque al final Muhammad Amin obtuvo un pequeño triunfo post-morten: la extraña silueta troncocónica de Kalta-Minor se ha convertido finalmente, y sin llegar a su altura proyectada, en el icono de Khiva.
La calle principal de Khiva, por la que pasarás decenas de veces en tu visita, discurre rectilínea entre Ata Darvoza (la puerta del oeste) y Palvan Darvoza, la del este. Poco después de pasar el minarete inacabado, a la izquierda, hay un cafetín con una terraza, el Bir-Gumbaz, perfecto para hacer un alto en el camino, probar un té o un café más que aceptable (hay que reconocer que el buen café no es la especialidad culinaria de Uzbekistán) y dejar pasar el tiempo viendo discurrir a los turistas y a los vendedores callejeros detrás de ellos.
Pasado el minarete inacabado, un callejón a la izquierda lleva hasta Kunya Ark, el palacio de los gobernantes de Khiva desde el siglo XVII. Era una ciudad fortificada dentro de otra, con muros de hasta 10 metros que la separaban del resto de Itchan-Kala. Un gran patio de armas da acceso a los pocos edificios que han quedado del complejo, entre ellos la bella mezquita de verano, con un trabajado iwan de mayólica (azulejos esmaltados) y columnas talladas, la mezquita de invierno, algunos edificios menores y la Kurinishhona, la sala de recepciones del khan construida en 1804, con una copia del trono de plata (el original está en un museo en Moscú). Frente a ella se levanta una plataforma circular donde se montaba una yurta en la que el khan recibía a las delegaciones nómadas. El conjunto está coronado por el Ak-Sheikh Bobo (ver siguiente foto).
El bastión o fortín que corona el Kunya-Ark es una suerte de torre del homenaje de las fortalezas medievales con carácter defensivo y de vigilancia, que domina toda la ciudadela de Khiva. Se accede por una esquina del interior del Kunya-Ark pero tiene ticket de entrada diferenciado (10.000 SOM). Merece la pena subir para ver la ciudad a tus pies, muy en especial a última hora de la tarde, cuando los rayos oblicuos del sol arrancan tonalidades aún más rojizas a los minaretes, bóvedas y cúpulas de la vieja Khiva. La pena es que no puedes quedarte hasta muy tarde: cierran a las 18:00 en invierno y a las 20:00 en verano.
Anexo al palacio Kunya-Ark se construyó a principios del siglo XIX un harem con 169 habitaciones. Dicen que se levantó en solo 8 años y que le costó la cabeza a varios arquitectos que se retrasaron en la entrega de las obras. Destacan en la facahada interior izquierda las cuatro viviendas de las favoritas, con sendos iwanes monumentales recubiertos de mayólicas y soportados por columnas talladas sobre bases de piedra igualmente tallada. La antigua cocina acoge ahora un museo con imágenes y objetos de la época.
Siguiendo por la calle principal y única rectilínea de Khiva llegamos a la que podría ser su plaza Mayor, con un conjunto de dos madrasas espectaculares, separadas por una amplia terraza. Al este, con una ornamentada fachada de mayólica azul y blanca, se alza la de Allakuli-khan, una de las mayores instituciones escolásticas de Khiva, levantada entre 1834 y 1835 por el khan homónimo. Su fachada de nichos arqueados flanqueado un enorme iwan es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura de la región de Jorasa. Su biblioteca fue famosa en su tiempo. Hoy acoge el museo de Medicina Ali Ibn Sina. Frente a ella, con fachada mucho más austera, la madrasa Kutlug Murad-inak, mandada construir por el tío de AllaKuli-Khan entre 1804 y 1812 y escoltada por dos minaretes con cúpulas de mayólica verde y blanca.
La mezquita de los Viernes es la más importante de la ciudad y se sitúa en el centro de Itchan-Kala y a diferencia de las demás, no tiene arcos ni portada ni bóvedas. Tras una puerta de madera de siete siglos de antigüedad se abre la sala de oración, de forma rectangular y con un bosque de columnas que es una verdadera delicia, uno de los lugares más simbólicos y mágicos de Khiva. La sala es del siglo XVIII pero los arquitectos reprodujeron las formas y medidas que tuvo la antigua mezquita del siglo X. De las 213 columnas que hoy soportan el techo, ocho son originales de aquella mezquita, unas dos docenas se fechan entre los siglos XI y XIV, y el resto son donaciones de vecinos procedentes de casas viejas o derribadas e incluso de botines de guerra. Pese a la diferencia de edad, todas forman un conjunto armónico capaz de trasladarnos en el tiempo, sensación magnificada por la luz cenital que entra desde los vanos en el techo. Un lugar muy especial.
La muralla de adobe de Khiva se conserva casi completa y pese a las reconstrucciones modernas es uno de los mejores ejemplos de fortificación urbana del Asia central. Existe un camino de ronda que permite recorrerla en parte, aunque el círculo no está completo y hay que descender en cada una de sus puertas. Aún así es uno de los paseos más recomendables, en especial al amanecer y al atardecer, cuando en los barrios populares que quedan dentro de Itchan-Kala, en los que siguen viviendo la población, se escenifica la cotidianeidad de una ciudad que lleva inalterada desde hace siglos.
Muy cerca de Kunya-Ark se levanta una de las madrasa más grandes de Khiva, construida en 1876 por el khan Muhammad Rahim, uno de los grandes mecenas de las artes y las ciencias en la región de Jorasa. A diferencia de otras, un muro exterior da paso a un gran patio al que se abre la fachada principal, con las tradicionales celdas de y en cada esquina, sendas torres rematadas por cúpulas de mosaico verde. Los mocárabes decoran tanto la bóveda del iwán como las bóvedas de las terrazas.
El minarete más alto de la ciudad tiene 57 metros de altura y pertenece a una madrasa. Puede parecer más antiguo, pero se levantó en 1908 siguiendo los patrones y estilo constructivos de siglos anteriores, por eso no desentona en absoluto con el entorno. Lo mando construir el visir Islam Khodzha, que quería rivalizar con el minarete Kalon de Bukhara. Su esbelta figura, más ancha en la base y estilizada conforme gana altura, orlada por bellos conjuntos de azulejos esmaltados, es la mejor postal de Khiva. Se puede subir hasta lo alto, siempre que no te importe salvar 120 escalones por una angosta escalera. La vista de la ciudad vieja de Khiva y su comparación con la nueva desde allá arriba es soberbia.
En una ciudad donde todo tiene que ver con khanes y emires, este edificio llama la atención porque nació de forma popular para honrar a otro héroe popular. Pajlavan Mahmud fue un artesano de pieles y luchador muy respetado en vida del que se dice que nunca perdió un combate. Murió hacia 1325 y fue enterrado en el patio de su taller. Los ciudadanos de Khiva costearon un mausoleo sobre su tumba que se inauguró en 1701. Poco a poco el complejo fue creciendo con nuevas galerías y edificios; en el siglo XIX se añadieron una mezquita y una madrasa, mejorando asimismo la decoración de todo el conjunto, que terminó por ser también mausoleo de khanes. Si lo visitas, casi con seguridad encontrarás dentro a parejas de recién casados: una de las tradiciones uzbekas manda que los novios visiten el mausoleo para dejar un donativo, pedir por la felicidad de la unión y beber agua sagrada del pozo que hay a la entrada, que el novio debe dar a probar a la novia, nunca al revés.
Se acaba de restaurar uno de los muchos caravanserais (casas de hospedajes) que hubo en la ciudad, donde las caravanas encontraba posada para los viajeros, establos para los animales y lugares de encuentro para cerrar tratos comerciales. Está cerca de la madrasa Allakuli-khan y tiene un precioso techo de bóvedas sobre pechinas bajo el que ahora se venden alfombras, gorros, telas, baratijas y souvenirs para turistas.
Si de día Khiva enamora, de noche es capaz de transportar a un cuento de las mil y una noche. Al caer el sol, cuando ya se han ido la mayoría de turistas, han cerrado las tiendas y puestos de artesanías y souvenirs y las calles de Itchan-Kala quedan desiertas, un paseo por sus rincones en penumbra incita a creerse personaje real de un tiempo ya muy lejano, cuando estas ciudades-oasis veían llegar y salir largas caravanas de dromedarios cargadas de las más preciosas mercancías.