Uzbekistán es el corazón de la Ruta de la Seda. Y conserva las tres ciudades-oasis más bellas y más monumentales de ese mítico itinerario de caravanas: Khiva, Bukhara y Samarcanda. Un país sorprendente, seguro, barato y lleno de gente encantadora.
Publicado por Paco Nadal el 01 de enero de 2018.
La capital del país no es tan atractiva para el turista como las otras tres famosas ciudades de la ruta de la Seda, pero dado que es la puerta de entrada para la inmensa mayoría de viajeros, merece la pena dedicarle al menos un día. Se puede empezar por la parte antigua, donde se visita las madrasas Kukaldosh y Barak Khan, el mausoleo Kaffal Shasi y la biblioteca donde se conserva el Corán Usman, un manuscrito de altísimo valor, fechado en el siglo VII. Pero Tashkent es sobre todo una ciudad moderna, de amplias avenidas y muchos jardines, muy del gusto soviético. Os recomiendo ir la Ópera (cuesta ¡5 euros! y es de excelente calidad), hacer algún trayecto en metro, ir al mercado central con su gran cúpula azul y pasear por la plaza de la Independencia y la plaza Amin Timur.
Es mi favorita de las tres ciudades míticas de Uzbekistán. Pequeña, amurallada y compacta, en Khiva es fácil imaginarse cómo fueron aquellas ciudades-oasis a las que llegaban las caravanas después de atravesar desiertos y todo tipo de peligros. La rehabilitación de Ichan-Kala, la ciudad antigua, empezó en época soviética y continuó tras su declaración como Patrimonio de la Humanidad. Pasear entre sus madaras, mezquitas, minateres y calles peatonales es un viaje en el túnel del tiempo. Hay que subir al minarete Islam Khodzha, de 57 metros, para ver desde allí la ciudad entera. Y subir también al atardecer al fortín de Kunya Ark, para ver como el sol se acuesta sobre sus cúpulas de barro. Khiva no deja indiferente a nadie. Te cuento más sitios que ver en Khiva en este otro artículo.
Más grande que Khiva, pero sin perder el encanto de un casco antiguo compacto y peatonal, Bukhara es para muchos la joya de Uzbekistán. La visita suele empezar a los pies del minarete Kalon, el icono de la ciudad y uno de los más bellos del país. Tanto que fue lo único que respetó Gengis Khan cuando tomó la ciudad y arrasó todas sus construcciones. Bukhara fue un gran centro de sabiduría en la Edad Media, con docenas y docenas de escuelas coránicas, donde estudiaban alumnos de toda Asia central y enseñaban personajes de la talla de Avicena. Aquel esplendor se refleja aún en la mezquita Djuma y en la madrasa Mir-Arab, que escoltan al minarete Kalon; o en la madrasa Abdulaziz Khan con sus bellos mocárabes. Y en sus bazares bajo cúpulas de adobe. Por la noche hay que ir a cenar a alguna terraza de Laybi Hauz, la plaza más animada. Más sitios que ver en Bukhara, en este otro post.
Samarcanda, la ciudad por cuyo bello nombre merecería la pena cruzar mares y desiertos es la tercera gran joya de Uzbekistán. A algunos le decepciona, porque no tiene nada que ver con la ciudad de Las mil y una noches que incita a pensar su nombre: la Rusia zarista transformó la vieja ciudad islámica en una urbe moderna de corte europeo, con grandes avenidas, parques y bulevares. Pero diseminadas entre ellas guarda algunos de los mejores monumentos del país. Muy en especial la plaza del Registán, probablemente una de las plazas más bellas del mundo y por la cual se justificaría ya un viaje a Samarcanda. Además del Registán está el mausoleo del gran Tamerlán, la mezquita de su mujer favorita, Bini Khanum, el increíble cementerio-mausoleo de Shahi-Zinda o el mercado Siyob.
En esta localidad, equidistante entre Bukhara y Samarcanda, nació Amin Timur, mas conocido como Tamerlán, el gran guerrero y conquistador que volvió a crear un imperio que ocupaba casi toda Asia central un siglo y medio después de Gengis Khan. Aunque estableció su capital en Samarcanda, levantó en su localidad natal el más fastuoso palacio que se conoció en aquellos tiempos. De él solo quedan dos pilares de la puerta monumental de entrada (que tenía más de 70 metros de alto) y un par de mausoleos. Todo unido por un enorme e impersonal jardín sin sombras recién inaugurado, que sustituye a un viejo y populoso mercado local. El conjunto tiene cierto interés, aunque su visita obliga a hacer por una tortuosa carretera los 400 kilómetros que separan Bukhara y Samarcanda, en un viaje que demora como poco siete horas, mientras que el tren de alta velocidad que las une lo salva en un par. Si viajas sobrado de tiempo, pasar por Shakhrisabz es una buena opción. Si andas justo de él, no te la recomiendo.
Uzbekistán es sobre todo un viaje cultural e histórico. Pero también hay lugar para la experiencia de naturaleza. Varias empresas (como Advantour o Yurt Camp Aidar) organizan excursiones para pasar la noche en una yurta (la cabaña circular tradicional de los nómadas del Asia central) en las cercanías del lago Audarkul, al norte de Samarcanda, cerca de la frontera con Kirguistán. Se cena pescado del lago, se encienden hogueras, hay música tradicional y posibilidad de bañarse en el lago y de hacer paseos a camello. Y la garantía de pasar una noche mágica y estrellada en medio de la estepa al más puro estilo nómada.
Situado en el extremo oeste del país, en la frontera con Kirguistán y Tayikistán, es la zona más fértil y rica de Uzbekistán, de donde proceden la mayor parte de las verduras, hortalizas y productos vegetales que se consumen en todos los mercados. Los paisajes son más verdes y húmedos que los de los desiertos que dominan el resto del país, pero poco más ofrece al viajero. Hay zonas con tradición alfarera, como Risthan, pequeños pueblecitos agrícolas, algunas fábricas de seda y posibilidad de descubrir la vida tradicional uzbeka. Fergana es un mundo aparte.
El mar de Aral, un tremendo mar interior que los irracionales sistemas de regadío intensivo creado por los soviéticos, desecó hasta convertirlo en un trozo más de desierto, es uno de los mayores desastres ecológico achacables al hombre. Muchos viajeros se animan a ir hasta este extremo noreste del país para ver los barcos silentes y oxidados reposando sobre un mar de arena, donde antes hubo agua, pesca y riqueza. Pero es un viaje duro para tan poca recompensa. Hay que ir por carretera desde Khiva o Urgench a Nukus (200 kilómetros, tres horas), hacer noche allí y al día siguiente hacer otros 250 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta hasta Muynak, donde estaba la orilla del lago.
Como has leído, Uzbekistán alberga aún las tres ciudades-oasis más bellas de la Ruta de la Seda: Samarcanda, Bukhara y Khiva. En este vídeo descubrirás por qué.