Si estás pensando qué ver en Grecia en una semana, una buena opción sería Atenas y el Peloponeso. La península del Peloponeso, apenas a una hora de la capital, reúne todo lo que imaginas de esa Grecia clásica, milenaria y mediterránea. Hay multitud de yacimientos arquelógicos de diversas culturas, pueblos encantadores de origen bizantino o veneciano, acantilados y penínsulas remotas donde vive aún la Grecia más misteriosa y atávica, como la del Mani Laconio. Además, las playas del Peloponeso son de las más bellas de la Grecia continental. Tienes un mapa con la ubicación de los 12 sitios recomendados al final del artículo.
Publicado por Paco Nadal el 11 de enero de 2023.
Por más fotos que te hayan enseñado, cuando ves por primera vez el profundo tajo de 90 metros, excavado para unir el golfo de Corinto con el mar Egeo y evitar así un rodeo a la navegación de 435 millas (700 kilómetros), te quedas boquiabierto. El canal de Corinto fue una obra colosal, más aún si piensas que fue ejecutada en la segunda mitad del siglo XIX. Si observas con detenimiento un mapa de Grecia, comprobarás por qué el estrecho istmo de Corinto, de poco más de seis kilómetros de ancho, fue siempre una obsesión para todos los gobernantes desde la Antigüedad. Abriendo un canal por allí se evitaba un rodeo tremendo para acceder al puerto de El Pireo. Se intentó en tiempos tan remotos como el siglo VII a. C. Lo intentaron luego Julio César y Nerón. Y más tarde, los invasores venecianos. Pero la rudimentaria ingeniería de la época impidió llevar a cabo el proyecto. El canal, que tiene 6,3 kilómetros de largo, 24,6 de ancho y 8 metros de profundidad, se inauguró en 1893, cuando Grecia era ya un país independiente. Es la primera visita obligada en el Peloponeso, porque hay que cruzarlo sí o sí para entrar en la península. Y no decepciona. Se accede por la salida 8 de la autopista de peaje de Atenas a Corinto. Hay un par de cafeterías, tiendas de recuerdos y baños.
El Peloponeso está lleno de yacimientos arqueológicos. Y tendrás que escoger, a menos que quieras a pasar una temporada muy larga en la península. Uno de los que deben estar sí o sí en tu lista de visitas es el de las ruinas de la antigua ciudad de Micenas, una civilización que floreció en el Peloponeso entre los años 1600 y 1200 a.C. y fue de las más poderosas en la Grecia contemporánea a la mítica Guerra de Troya. A las ruinas, que corona un cerro a 12 kilómetros de Argos, se accede por la puerta de los Leones, hecha con grandes bloques y coronada por la estatua de dos felinos rampantes. En el interior de la ciudadela, rodeada de poderosas murallas de 13 metros de altura y 7 de espesor, se han excavado dos grupos de tumbas, el palacio de Agamenón, cisternas y casas particulares. Fuera de las murallas, a la derecha de la carretera que baja a la moderna Micenas, se halló el tesoro o tumba de Atreo, una gigantesca sepultura en forma de cúpula hecho con enormes sillares.
Argos fue una ciudad importantísima en el Peloponeso, no en vano tiene más de 6.000 años de antigüedad. Pero la mayoría de sus restos están bajo la ciudad moderna, a excepción de parte de la ciudad romana (teatro, ágora, baños y odeón), que hoy puede visitarse a la salida por la carretera que va a Trípoli. Otro de los lugares de visita imprescindibles en Argos es el castillo de Larisa, que despunta en lo alto de la montaña de 300 metros de altitud que domina la ciudad. Larisa fue una de las fortalezas más poderosas del Peloponeso y controlaba desde una posición estratégica las rutas terrestres por el centro del Peloponeso y toda la bahía de la Argólida. Por eso ha estado ocupada y ha sido usada como acuartelamiento desde la prehistoria hasta la Segunda Guerra Mundial. El yacimiento está abierto y la entrada es gratuita. Se conservan casi todos los lienzos de murallas y varios torreones.
Si hubiera que dar un premio al pueblo más bonito del Peloponeso, Nauplia estaría en todas las listas de candidatos. Nauplia es un pequeño e histórico puerto en el fondo del golfo Argólico, en el noreste del Peloponeso, con callejuelas rectilíneas y peatonales, muchas terrazas y restaurantes, casas de estilo veneciano, mansiones neoclásicas y gran ambiente veraniego. Todo, al pie de una gran montaña que levanta casi 300 metros desde el mar y que está coronada por la espectacular fortaleza de Palamedes. Pasearás una y otra vez por Vasileos Konstantinou, la calle comercial más popular de la ciudad, que desemboca en la bella plaza Syntagma, el corazón de la ciudad vieja. Cuenta con varios museos; el más interesante es el Arqueológico. Y una agradable zona portuaria con un gran paseo y muchos restaurantes. La fortaleza que defendía la entrada al puerto y que levanta solitaria en medio del mar es el castillo Bourtzi, construido por los venecianos a finales de siglo XV como refuerzo de las defensas de la ciudad. Hay un barco turístico que sale del puerto cada media hora y da un paseo por la bahía, rodeando el castillo de Bourtzi (pero sin desembarcar). Si decidieras quedarte en Nauplia, en este enlace puedes reservar tu alojamiento.
La imagen de localidad encantadora de Nauplia debe mucho a la increíble fortaleza que corona su skyline y que parece hasta descolgarse por la abrupta ladera. Es el castillo de Palamedes, una de las más fascinantes obras de la ingeniería militar de toda Grecia. Fue construido a principios de siglo XVIII, durante la ocupación veneciana de estas costas. La visita es más que recomendable, no tanto por lo que queda del castillo en sí, como por las soberbias vistas de Nauplia y de todo el golfo Argólico que tendrás desde arriba. Hay dos formas de llegar a la entrada del castillo (la visita es de pago). La más cómoda, en coche. La más ardua, pero gratificante, a pie por los casi 900 escalones que parten al sur de la ciudad antigua y llegan al bastión Agios Andreas, el mejor conservado de todos los que componen la fortaleza.
Quedan innumerables teatros de la Grecia antigua, pero si hubiera que elegir uno, sería este, el de Epidauro, en el extremo oriental del Peloponeso, a 30 kilómetros al este de Nauplia. Su excelente grado de conservación lo hace único. Buena parte del graderío es original y su acústica es increíble (dicen que si susurras algo en el centro de la arena se oye hasta en la última fila de asientos). Fue construido en el siglo III a.C. y tenía capacidad para 14.000 espectadores. Se usó como modelo para todos los teatros grecorromanos posteriores. En realidad, era una instalación anexa al gran templo de Asclepio (Esculapio), el dios de la medicina, al que acudían gentes de todo el imperio, dada su fama y propiedades curativas. Las ruinas del templo y de todas las dependencías anexas para acoger enfermos y peregrinos están cerca del teatro y se visitan con la misma entrada. Hay también un pequeño museo con las piezas halladas en las excavaciones. El teatro estuvo muchos siglos enterrado bajo una capa de tierra cubierta de pinos, por eso está en tan buen estado.
Si te sobra tiempo, puedes hacer una incursión a las montañas del centro del Peloponeso, la zona conocida como Arcadia Central. Una región abrupta, de cimas que casi rozan los 2.000 metros, inviernos con nieve (hay incluso una estación de esquí), profundos barrancos, carreteras estrechas y serpenteantes y pequeños pueblos medievales. Uno de ellos es Karitena, un conjunto de casas de piedra —bien diferentes a las de la llanura— y calles empinadas a media hora de la ciudad de Megalópolis. Está bien, pero no es para tirar cohetes. El núcleo urbano es pequeñito, con bastantes restaurantes y cafés para el turismo. Su mayor atracción es el castillo, al que se puede subir a pie, y un monasterio bizantino dedicado a san Nicolás. Otros pueblos medievales interesantes de la Arcadia Central son Stemnitsa (a 16 kilómetros al norte de Karitena) y Dimitsana (a 11 kilómetros al norte de Stemnitsa).
El lugar más interesante de la costa oeste del Peloponeso son las ruinas de Olimpia, la ciudad dedicada a Zeus en la que durante más de mil años se celebraron los juegos más famosos de la Antigüedad. La Olimpia moderna es un poblado, sin mayor interés, que vive de los servicios que demanda la multitud de turistas que llega a diario a las ruinas. El yacimiento se compone de tres espacios que te van a requerir una mañana larga o casi toda la jornada, si quieres explorarlos con detalle. Son el sitio arqueológico en sí, el museo de la Historia de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad y el museo Arqueológico. Hay una entrada única para los tres que cuesta 6 €. El museo de la Historia de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad no es muy espectacular, pero sirve para una primera toma de contacto con la historia de un evento que empezó en el año 776 a. C. y se prolongó durante más de mil años ininterrumpidamente. Como en los juegos modernos, aquellos de la Antigüedad se celebraban cada cuatro años y reunían a atletas de todo el mundo heleno. En cuanto a las ruinas de la ciudad, gracias a más de un siglo de excavaciones y reconstrucciones, podemos identificar ahora muchas de sus construcciones, como la palestra, un enorme patio cuadrangular donde entrenaban los participantes en boxeo, lucha libre y salto. El stadium, donde se celebraban las competiciones. O parte del Philippeion, el templo circular ordenado construir por Filipo II, rey macedonio y padre de Alejandro Magno. Hay otras docenas y docenas de templos de los que apenas quedan piedras esparcidas por el suelo. El más impresionante de todos es el templo de Zeus, el más grande y soberbio de toda Olimpia, donde estaba la famosa estatua del padre de todos los dioses esculpida en oro y marfil. Te recomiendo terminar la visita en el interesantísimo museo Arqueológico (debajo te cuento un poco más).
Otro de los yacimientos arqueológicos imprescindibles en el Peloponeso. Mistrá fue una ciudad bizantina construida hacia 1429, cuando todo el Peloponeso era una provincia del Imperio de Bizancio. La ciudad estuvo habitada hasta 1832, primero por los bizantinos, luego por los venecianos y más tarde por los turcos. Se distribuía por toda la ladera del monte Taigeto, a 8 kilómetros de la actual Esparta, según un modelo clásico de las ciudades bizantinas. Arriba, en lo más alto, la fortaleza o kastro. Luego, la ciudad alta, la zona de los dignatarios y los nobles. Y tras esta, la ciudad baja, donde vivían artesanos, comerciantes y agricultores. Por eso tienes que organizar la visita, a menos que quieras darte un palizón a caminar subiendo y bajando por las ruinas. Mi consejo, si vas en tu propio coche, es que empieces por la entrada de la ciudad baja (está señalizado). Tras la oficina de venta de entradas, sigue cualquier camino hacia arriba hasta el monasterio de Pantanassa, donde aún vive una comunidad de monjas. El sitio es soberbio, se siente el peso de la historia. Se conserva buena parte de los frescos originales de la iglesia, del siglo XV. Desde allí, baja por un sendero (diez minutos) a Peribleptos, otra iglesia casi rupestre y también bizantina que contaba con su propia fortificación. Y luego vuelve, ya por llano, hasta la puerta para tomar el coche y subir dos kilómetros a la otra entrada, que da acceso a la ciudad alta, donde está el palacio de los Déspotas (gobernantes) de la ciudad, el monasterio de Agia Sofía (menos interesante que el de Pantanassa) y la senda que sube al kastro.
Es la visita imprescindible en el Peloponeso. Nauplia es encantadora, pero para mí, Monemvasía es el pueblo más bello de todo el sur de Grecia. Primero por su ubicación, en un peñón rocoso que estuvo unido a tierra y que un terremoto separó hace varios siglos. Ahora vuelve a estar unido, pero por un puente, el único acceso al núcleo urbano. De ahí el nombre, que en griego significa «única entrada». El pueblo, oculto en la ladera sur del peñón, guarda aún la estructura y el sabor de una vieja ciudad medieval bizantina. Vuelve a repetirse el esquema de Mistrá: arriba el kastro o acrópolis, y abajo, entre murallas, la ciudad alta y la ciudad baja. De hecho, cuando caminas por sus calles estrechas y empinadas, llenas de escalones, pasadizos y bóvedas, te imaginas cómo tuvo que ser Mistrá. Monemvasía es una delicia, un regalo para los sentidos, el resumen de todas las excelencias que te puedas imaginar de un pueblo griego abocado al mar Egeo. La calle principal, que va desde la puerta oeste a la este, está repleta de tiendas de souvenirs y casas de comida. Exactamente igual que lo estaba cuando en la ciudad vivían bizantinos, venecianos o turcos. Quedan restos de baños otomanos, mezquitas, cisternas, iglesias bizantinas… Otra de sus maravillas es que no se puede entrar con coche; hay que dejarlo en la carretera de acceso, antes de la muralla, y entrar a pie para disfrutarla. En verano deja el coche nada más pasar el puente, junto al lazareto, y camina desde allí porque será imposible acercarse más sobre ruedas. O usa el servicio de bus lanzadera que parte desde Gefyra, la población de la costa continental antes del puente, donde hay muchos más servicos (y más baratos que en el casco viejo). Reserva al atardecer en alguno en los restaurantes con terraza con vista al mar y alucinarás. Date también un paseo hasta el faro saliendo por la puerta este de la muralla. Y si estás en buena forma, sube hasta la acrópolis y el kastro.Si decides quedarte un poco más, no lo dudes, busca tu alojamiento en Monemvasía.
Si buscas algo que no salga en las guías turísticas (lo que no quiere decir que no haya turistas, sobre todo en verano) ve hasta este pequeño y encantador pueblecito pesquero, situado en el interior de una especie de fiordo, a 12 km de Monemvasía. No tiene nada especial, pero rebosa de encanto. Hay varios restaurantes populares donde tomar buen pescado a lo largo de su única calle.
Es un pueblo pesquero con una bella fachada marítima de casas del siglo XIX pintadas de color pastel. Todo ese frente portuario forma una agradable avenida para pasear o sentarse en alguno de sus muchos cafés y restaurantes a probar las delicias gastronómicas griegas. Si eres amante de la historia, te fascinará el sitio porque Gition era el puerto de la antigua ciudad-estado de Esparta y la flota naval de trirremes espartanos atracaba en este mismo lugar. Siguiendo por ese mismo paseo se llega andando a la isla de Marathonisi, hoy unida a tierra, en medio de la cual se eleva una torre del siglo XVIII que alberga el museo del Mani. Gition es un buen lugar de veraneo (en los alrededores hay excelentes playas) y una buena base para explorar la península del Mani Laconio, el extremo sur del Peloponeso y una de las comarcas más remotas y atávicas de Grecia, en la que casi todos los invasores fracasaron.
Aunque encontrarás transporte público entre las principales ciudades, para disfrutar de todos los lugares de interés que tiene el Peloponeso te recomiendo alquilar un coche en Atenas y moverte con libertad por la península. Hay autovía de peaje desde Atenas a Kalamata y Esparta.