La Rioja es tierra de vino, de paisajes, de dinosaurios y de pueblos encantadores. Te cuento en este artículo los imprescindibles que visitar en La Rioja si es la primera vez que vas. Por supuesto no te puedes perder una bodega, pero tampoco Logroño y alrededores, el otoño en Cameros o la batalla del vino en Haro. Hacer turismo en La Rioja supone descubrir una comunidad pequeña pero con una alta calidad de vida y un montón de sitios encantadores.
Publicado por Paco Nadal el 09 de diciembre de 2021.
Un rincón apartado del valle del Najerilla, en lo que mucho más tarde sería conocido como La Rioja, se convirtió por casualidades de la vida en la cuna oficial del castellano, un idioma que hoy hablan más de 570 millones de personas. La historia comienza en algún momento del siglo VI cuando Aemilianus (Millán), un eremita visigodo originario de la villa de Vergegium, actual Berceo, decide retirarse a vivir y orar a unas oquedades del Najerilla. Murió con 101 años y fue enterrado una tumba excavada en esa misma cueva. Hacia el año 931 se edificó junto a la cueva de San Millán una abadía benedictina, el monasterio de Suso, de la que se conserva la iglesia mozárabe. En una de las capillas se halla el sepulcro románico de san Millán, tallado en el siglo XII con la estatua yaciente del santo. Suso es uno de esos lugares donde el visitante siente cómo los escalofríos de la historia se le agolpan en la piel. Las humedades del tiempo impregna la sencillez de la cubierta mozárabe y en el atrio, con un poco de imaginación, aún puede verse el aura de Gonzalo de Berceo leyendo sus primeros versos en román paladino. Más tarde se construyó en la llanura inferior un nuevo recinto más grande y práctico para acoger los restos de San Millán y a la comunidad monacal. Es el monasterio de Yuso (o de abajo), cuya factura actual data del siglo XVI, en manifiesto estilo herreriano, con añadidos posteriores. Del gran conjunto destaca la iglesia, la sacristía —bellamente decorada— y los marfiles románicos con los relicarios de san Millán y san Felices. Esta es la página web para organizar la visita al Monasterio de Suso y Yuso.
Una de las mejores atalayas para disfrutar los colores del otoño es la Tierra de Cameros, comarca riojana limítrofe con Soria y encabalgada en torno a dos ríos, el Leza y el Iregua. Tierra de pastores trashumantes y de pueblos de costumbres, de gastronomía y de planimetría adaptada al mundo pastoril. Bosques de hayas centenarias que cubren el valle del Iregua; castaños de gran porte que trepan hacia las cimas de la sierra, por los pasos de Sancho Leza y La Rasa, y que cada otoñada se transforman en llamativas antorchas de hojas incendiadas. A Cameros se llega por la N-111, que une Logroño con Soria y remonta el valle del Iregua. Conforme se asciende, los pueblos se van haciendo más minúsculos pero más encantadores. Ortigosa de Cameros, donde hubo una importante actividad textil en torno a la lana, conserva bellas casas y puentes sólidos que une los dos barrios. Villoslada de Cameros también tiene un emplazamiento singular y un sólido caserío de tipología tradicional de Cameros: construcción en piedra y madera de roble, grandes dimensiones y con cuatro alturas; la más baja estaba destinada a cuadra. En Villoslada llegó a haber una cabaña de 100.000 ovejas y varias industrias de paños. Hoy se vive, como en toda la comarca, del turismo rural y de la explotación de unos paisajes que han permanecido inalterados a escasos kilómetros de los grandes polos de desarrollo del norte peninsular.
La Rioja Alta es una de las comarcas con mayor carisma y atractivo para los amantes del arte, de la historia y del buen comer. Un paisaje perfecto de cepas bien alineadas y mejor cuidadas donde todo gira en torno a una palabra: vino. La localidad de Haro tiene un casco monumental en torno a la plaza de la Paz. Zonas peatonales de calles estrechas llenas de bares y enotecas rodean la plaza. Sobre todo el conjunto destaca la airosa torre de la iglesia de Santo Tomás, la primera de estilo barroco que se construyó en La Rioja y que luego sirvió de ejemplo para otros famosos campanarios. La mañana de cada 29 de junio, festividad de San Pedro, tiene lugar la famosa Batalla del Vino, una romería a una ermita cercana a la ciudad que acaba con miles de personas lanzándose vino con armas inimaginables, desde sulfatadoras a pistolas de juguete. Es la fiesta más disparatada de La Rioja, en la que se derraman en unas pocas horas hasta 75.000 litros de vino.
Para continuar la ruta del vino por la Rioja Alta hay que seguir hasta Briones, villa muy antigua levantada sobre un castro que domina un meandro del río Ebro y con la plaza mayor más bonita de La Rioja. En un rincón de esa plaza, haciendo esquina con la calle Bergareche está la que se considera casa más antigua de La Rioja, una finca de dos pisos, con ladrillo de mampostería en el segundo. Briones conserva mucho del trazado medieval, con numerosos palacios y casas solariegas de sillares de piedra caliza y calles peatonales en torno a la iglesia de Santa María, un pequeño tesoro del barroco riojano. Todo bien cercado por la muralla, cuyo perímetro ha sido acondicionado para poder dar una vuelta completa a pie por todo el recinto urbano, con el valle del Ebro y la llanura vinícola de telón de fondo. En Briones no debes perderte la visita a la bodega y museo Vivanco, una de las mejores experiencias de enoturismo en La Rioja. Durante mi estancia en Briones me hospedé en el hotel Santa María de Briones, una casona civil del siglo XVI reconvertida en un exquisito hotel boutique de 4 estrellas. Esta casa solariega cuenta con 16 habitaciones, espacios comunes de exquisita decoración y un calado donde degustar las mejores exquisiteces riojanas.
Frente a Briones y al otro lado del río aparece San Vicente de la Sonsierra, capital de la única comarca riojana en la ribera norte del Ebro. En San Vicente hay que visitar el puente medieval, con cimientos del siglo XIII; la gran iglesia de Santa María la Mayor, de estilo Reyes Católicos, cuya silueta identifica desde bien lejos a la localidad, y los restos del castillo, pieza más avanzada por el sur de la defensa del antiguo reino de Navarra. Los picaos de San Vicente de la Sonsierra, penitentes que durante Jueves y Viernes Santo y las Cruces de Mayo y Septiembre desfilan por las calles del pueblo flagelándose la espalda con madejas de hilo hasta abrirse heridas sangrantes, es una de las tradiciones folclorico-religiosas más impactantes de España.
Comer bien en La Rioja es lo más fácil del mundo. La cultura del vino, la riqueza de sus huertas y la calidad y variedad de materias primas han generado una tradición del buen yantar que impregna desde los humildes restaurantes de menú del día a los fogones más elitistas y premiados. Cualquier lista de buenos restaurantes en La Rioja quedaría coja porque hay muchísimos. Pero por falta de espacio, te resumo alguno de mis favoritos. Uno de ellos es Alameda, en Fuenmayor, donde he probado las mejores carnes a la parilla y las mejores recetas con productos de temporada. Otro es Cachetero, en la mítica calle Laurel de Logroño, con más de un siglo de historia y donde miman el producto de temporada; la estrella son las patas de cordero. En Logroño te recomiendo también Ikaro, que tiene una estrella Michelin, y el nuevo de Aitor Esnal, un espacio lleno de creatividad. Echaurren, en Ezcaray, es un valor seguro, uno de los iconos de las gastronomía riojana. También tiene una estrella Michelin Venta de Moncalvillo, en Daroca de Rioja, otra apuesta segura y toda una experiencia gastronómica de la mano de Carlos e Ignacio Echapresto.
Domingo fue un vecino de la aldea de Viloria que dedicó los noventa años de su vida a los peregrinos y el Camino de Santiago. Desbrozó caminos, construyó hospitales y ermitas, iglesias e incluso un puente sobre el río Oja. Su cuerpo fue enterrado en la ruta por la que dio su vida y sobre su sepulcro se levantó una catedral: la de Santo Domigo de la Calzada. El templo tiene aún la cabereca original románica, pero el resto es una orgía barroca, incluido su famoso y esbelto campanario, visible como un faro desde bien lejos por los peregrinos, que fue luego modelo para otros muchos en la ruta jacobea. En su interior se conserva una hornacina con un gallo y una gallina vivos en recuerdo de su más popular milagro: el de la gallina que cantó asada.
Hace 120 millones de años los dinosaurios campaban libres por La Rioja. Y muchos de ellos pisaron unas arcillas blandas cerca de Enciso (70 kilómetros al sur de Logroño) que quedaron luego fosilizadas para la eternidad. Unas 1.400 icnitas, huellas de dinosaurios, han sido catalogadas en torno a esta población riojana, una de las más importantes zonas paleontológicas del mundo. Aunque el Centro Paleontológico de Enciso -donde se muestran reproducciones de estos grandes saurios y se explica cómo pudieron llegar sus huellas hasta nuestros días- está ubicado en esta localidad, se han localizado 140 yacimientos repartidos por otros 20 municipios. Están organizados en tres grandes rutas. La más interesante es la ruta del Cidacos, que empieza en el mismo Enciso. Una senda de unos seis kilómetros que se puede realizar en coche o a pie y que une los tres principales yacimientos: el de la Virgen del Campo, el de La Senoba y el de Valdecillo, en Garranzo. La mayoría de las icnitas corresponde a dinosaurios bípedos carnívoros.
Cuando se habla de la ruta de los grandes monasterios riojanos, muchos olvidan Nájera. Pero en esta ciudad monumental, que llegó a ser sede de la corte del reino de Navarra tras la destrucción de Pamplona por los musulmanes, se encuentra uno de los principales de toda La Rioja: Santa María la Real. El edificio se empezó a construir en 1502 bajo los auspicios del rey don García, en la boca de una cueva considerada milagrosa por los habitantes. De él destacan el claustro gótico, el retablo mayor, que destila barroquismo por sus cuatro costados, y la impecable sillería del coro, con 67 asientos considerados una obra cumbre del gótico florido. Bajo la iglesia, y aprovechando parte de la cueva que dio origen al monasterio, se encuentra el Panteón Real, donde yacen los restos de reyes y reinas del antiguo Reino de Navarra.
Injustamente olvidada por la primacía del vino y de la nueva arquitectura de bodegas en “la alta”, la Rioja Oriental tiene también grandes atractivos. Por ejemplo, espectaculares parajes naturales como la reserva natural de Los Sotos, en las márgenes del Ebro a su paso por Alfaro. O todo el cauce del río Alhama, quizá la comarca menos conocida de la comunidad autónoma, donde se observan también huellas de dinosaurios. Pueblos cargados de historia, como Calahorra, ciudad bimilenaria, con un buen museo de arte romano, una catedral y un interesante casco antiguo. O de tradiciones singulares, como la fiesta del Humo de Peroblasco, un pueblo casi deshabitado cuyas chimeneas emiten cada último fin de semana de julio humo de los más variados colores mientras al atardecer suena la música de Vivaldi.
Y por supuesto, no puedes olvidar tampoco la capital, Logroño. No te puedes perder la rúa Vieja -por la que pasaban y siguen pasando los peregrinos a Santiago- y la rúa Mayor, las dos arterias que conforman la cuadrícula medieval de Logroño. La iglesia de Santa María del Palacio, cuya cúpula piramidal ven los peregrinos recortada sobre el cielo mucho antes de entrar en la ciudad. Y Santa María la Redonda, catedral desde que en 1959 se trasladara la sede episcopal de Calahorra a Logroño. También un paseo por las ajardinadas riberas del río Ebro y por supuesto, la calle Laurel, el gran templo del tapeo riojano (ver foto siguiente).
La calle Laurel de Logroño es uno de los recorridos de bares de pinchos más famosos de España. Poco puedo decir a lo que ya se ha escrito y loado de esta “senda de los elefantes” (porque sales con una buena “trompa”) en la que en los apenas 170 metros que tiene la calle y su travesía, hay mayor concentración de tapas de autor que en Nueva York. Uno de los más famosos es Casa Soriano, regentado por la familia Barrero desde hace 49 años: aquí solo hacen pinchos de champiñones; ¡pero no los he probado más buenos en mi vida! En el Blanco y Negro la tapa estrella son los matrimonios de anchoa y boquerón. En el Tío Agus, otro de los clásicos, hay que pedir un tío Agus, que es un pincho con carne adobada y salsa de la abuela Damiana. En el Jubera la especialidad son las patatas bravas.