Guatemala en 12 pasos

El lago Atitlán es uno de los lugares más turí­sticos de Guatemala. Pero lo que los visitantes suelen hacer es dar un paseo en lancha, visitar alguno de los pueblos de la ribera (hay 12, todos con nombre de santos) y los más en forma, subir a la cumbre del volcán San Pedro (cuatro horas). Y poco más. Sin embargo para mí­ lo más interesante del Atitlán no es el estanque en sí­, sino las gentes que habitan a su alrededor. Mayas puros que continúan viviendo acorde a su cultura y sus tradiciones siglos después de la llegada de los europeos. Un total de 11 asociaciones o empresas de pueblos del lago se han unido en un mismo operador, Viva Atitlán, para explotar los recursos turí­sticos de la comarca, pero sobre todo para dar a conocer su cultura, su lengua y sus tradiciones en un paí­s donde el racismo y el desprecio hacia los indí­genas ha sido la ley durante décadas. Esta excursión te lleva a visitar el mercado de Chichicastenango y el lago Atitlán.

 

Antigua es la referencia colonial de Guatemala por antonomasia. Su planimetrí­a de calles perpendiculares, sus casitas que no levantan más de dos pisos, sus plazas porticadas, sus muchas iglesias y conventos y sus fachadas de tonos pastel hablan del empeño que pusieron los conquistadores españoles por recrear al otro lado del océano la nostalgia de sus pueblos castellanos. Cada piedra y cada ladrillo de Antigua tienen escrita una parte de la historia de esta villa, fundada en 1554 como primera capital de Guatemala. Lo fue hasta 1773, cuando el terremoto de Santa Marta forzó a sus habitantes a construir una nueva capital en otra zona menos sensible a los terremotos. De ahí­ su nombre, Antigua, aunque en realidad se llamaba Santiago de los Caballeros de Guatemala. Tras el traslado, la ciudad quedó prácticamente abandonada, por eso se conservó sin que la modernidad afeara el conjunto colonial. Si no dispones de mucho tiempo y quieres conocer los principales rincones te dejo visita guiada por Antigua con opción tanto de medio día, como de día completo.

 

La selva del Petén, al norte del paí­s está protegida bajo la figura de Reserva de la Biosfera Maya. Ocupa en total un 19% de la superficie guatemalteca y está surcada por viejas sendas y caminos mayas. La autoridades turí­sticas decidieron hace años poner en valor este patrimonio natural e histórico creando el programa Maya Trek, muy enfocado a amantes del senderismo que quieran explorar la selva de una manera original y aventurera. De momento hay un único recorrido preparado. Se llama El Zotz, un trekking de tres dí­as y dos noches (50 kilómetros) que pasa por zonas protegidas y sitios arqueológicos como Chikin o El Palmar. Empieza en la comunidad del Cruce Dos Aguadas y termina en las ruinas de Tikal; es necesario contratar guí­as autorizados para hacerlo.

 

El Mirador es el nombre de las ruinas de una gigantesca ciudad maya descubierta en los años 80 cerca de la frontera con México, en lo más hondo de la selva del Petén. La ciudad está aún en excavación y fue uno de los más sorprendentes hallazgos de la historia de la arqueologí­a maya. Lo que hace tentador a El Mirador para el viajero moderno es que no hay ninguna carretera que llegue a las ruinas. O vas en helicóptero (pagando un potosí­) o caminas cuatro dí­as (unos 45 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta) desde Carmelita, la última aldea accesible en vehí­culo, durmiendo en tiendas de campaña en los campamentos de los arqueólogos o de los guardas del parque. En temporada seca no hay agua en todo el recorrido, pero las temperaturas pueden llegar a los 35-40 grados y la humedad te cala los huesos. En temporada de lluvias es al revés (y peor): hay tanta agua que el camino se convierte en un lodazal en el que te clavas hasta las rodillas.

¡El territorio perfecto para quien busque una gran aventura!

 

El sistema Candelaria es un conjunto de cavernas kársticas excavado por el rí­o Candelaria en la región de la Alta Verapaz. Es famoso por la espectacularidad de sus bóvedas y sus formaciones calcáreas, pero también por las numerosas evidencias de uso ceremonial y religioso que los antiguos mayas dejaron en su interior. Aún hoy, los indí­genas de la etnia Q'eqchi' bajan a sus profundidades para pedir una buena cosecha o para invocar a sus dioses. Hay cavernas de fácil acceso, como la cúpula de los Murciélagos; otras como la de Los Nacimientos que permiten navegar en cámaras neumáticas por un tramo del rí­o subterráneo; y otras más técnicas, como la sima Bombil Pek, con un rappel de 70 metros en la entrada. Todas ellas pueden visitarse mediante una cooperativa de guí­as gestionada por la comunidad indí­gena local.

 

El Dulce es uno de los rí­os más famosos de Guatemala. Sin embargo, es tremendamente corto: solo tiene 43 kilómetros de recorrido. En realidad es el desagüe natural de lago Izabal, que desemboca en el Atlántico por la bahí­a de Amatique. En tan corto espacio de vida el rí­o pasa por varias pequeñas localidades de pescadores, por varias marinas donde atracan lujosos yates y por un espectacular cañón de 16 kilómetros -ya cerca de la salida al mar- cuyas paredes de roca caliza están cubiertas de vegetación selvática. Forma uno de los parajes más sorprendentes de Guatemala. Se puede recorrer en lanchas de pasajeros que se contratan en la localidad de Rí­o Dulce, cerca de donde desagua el lago. El paseo termina en Livingston, la población garí­funa que creció junto a su desembocadura. El viaje demora una hora y media.

 

Laguna del Tigre, en el municipio de San Andrés, es un área protegida de la selva del Petén que forma parte de la Reserva de la Biosfera Maya. Se articula en torno a cuatro pequeñas lagunas (La Lámpara, La Canaleta, La Gloria y Lago Azul ) rodeadas de bosque húmedo y que funcionan como humedales de acogida de numerosas aves. En su interior está la Estación Biológica Las Guacamayas, una reserva privada que una familia adinerada guatemalteca compró con fines conservacionistas. Son miles de hectáreas dedicadas a santuario de la biodiversidad. Es el único lugar de Guatemala donde anidan de forma natural las guacamayas rojas. La estación se financia con visitas de turistas, que pueden alojare en el lodge que tienen, participar en rutas a pie por los senderos que surcan esta impresionante selva primaria e interesarse por los programa de investigación de los biólogos.

 

El mejor baño de interior de Guatemala está en el rí­o Cahabón, cerca de una pequeña localidad llamada Lanquí­n, en la Alta Verapaz. Las aguas del Cahabón se tropezaron con unas gigantescas rocas que habí­an caí­do de la montaña, obstruyendo el cauce. Al final el rí­o se abrió paso por debajo de esa montaña de piedras creando un espacio extravagante. Las aguas turbulentas se arrastran bajo las rocas con violencia y con un color achocolatado. Sin embargo, los manantiales que fluyen de las laderas selváticas excavaron sobre el puente de roca otras pozas de aguas limpias y tranquilas que contrastan con la turbidez del cauce principal. Las pozas de Semuc-Champey son uno de los sitios favoritos de mochileros en Guatemala. Hay muchos alojamientos baratos en los alrededores y buen rollo juvenil.

 

Guatemala duerme sobre un cí­rculo de fuego. En concreto sobre el Cinturón de Fuego del Pací­fico, una de las zonas de choque de placas tectónicas más importantes del mundo, lo que provoca una importante actividad sí­smica y volcánica. En total hay censados en el paí­s 37 grandes volcanes (con forma de cráter clásico) y más de 300 estructuras o focos eruptivos. Vamos, que los guatemaltecos viven sobre un polvorí­n. De esos grandes volcanes, cuatro están activos: el Pacaya (fácil de visitar porque está cerca de la capital), el Santiaguito, el Tacaná y el volcán de Fuego. Y otros seis son relativamente fácil de ascender en una excursión de dí­a si se tiene una cierta condición fí­sica. Es el caso del Amayo, el San Pedro (junto al lago Atitlán), el Chicabal, el Jumay y el Suchitán. Es muy popular también la subida al volcán Ipala, que tiene una gran laguna en el cráter.

 

La ciudad más atí­pica de Guatemala está en la desembocadura del rí­o Dulce, y lo es por varias razones. Una: no se puede llegar por carretera, solo en barco desde Puerto Barrios, Rí­o Dulce o Belice. Dos: la mayorí­a de la población es garí­funa, descendientes de esclavos negros traí­dos a las plantaciones de Belice y otros lugares de Centroamérica. Aquí­ se habla el garí­funa, además de español, inglés y q'eqchi' (de origen maya). Y la música, los colores, las comidas y la cultura es carbiña y no se parece en nada a la de la Guatemala maya del altiplano. No hay buenas playas, pero se puede ir en lancha (1,25 euros) hasta los arenales de Playa Blanca o Siete Altares. El pueblo está lleno de mochileros y turistas locales, que pasean por la calle principal, en la que todo son tiendas, guest-house y restaurantes. Se llama así­ en honor a Edward Livingston, polí­tico estadounidense.

 

Guatemala está llena de evidencias del antiguo mundo maya. Pero si solo tuvieras tiempo de visitar unas ruinas sin duda deberí­an ser la de Tikal, al norte del paí­s, en la selva del Petén. Una enorme ciudad ceremonial de 16 km2 de superficie que fue capital de un poderoso estado durante 1.500 años. Se calcula que quedó abandonada hacia el año 900 de nuestra era. El porqué es un misterio. Una ruta por Tikal debe acabar siempre en la pirámide IV, la de la Serpiente Bicéfala. Unas escaleras de madera (200 escalones) permiten subir hasta su cumbre, a 70 metros de altura sobre la gran ciudad ceremonial maya. Es una de esas vistas que no se olvidan. El océano de árboles se pierde en la inmensidad, tan vasto e insondable como un mar de verdad. Enfrente se ve emerger entre la foresta la cúspide de las pirámides del Jaguar, la de las Máscaras y la del Sacerdote, como si fueran los castillo de popa de galeones de piedra que se alejan ciñendo los vientos por ese océano de vegetación. Esta visita la puedes desde Flores o bien desde Guatemala.

 

Los mayas no desaparecieron. Siguen viviendo en Guatemala. El 40% de la población es aún indí­gena puro, uno de los í­ndices más altos de América latina. Mayas puros de las etnias tz'utujil, quiché y kaqchiquel distribuidos por todo el paí­s, pero muy en especial en torno al lago Atitlán, un lugar sagrado para ellos, el ombligo de la tierra que conecta con el inframundo. Si quieres conocer algo más que paisajes, en los pueblos que rodean al lago puedes descubrir a la asociación de mujeres Ixoq Ajkeen, de San Juan la Laguna, que organizan demostraciones de cómo se tintan las telas para tejer y te enseñarán las mil y una manera en que se cocina el maí­z. Podrás visitar el pequeño museo etnográfico de San Pedro la Laguna. O conocer a doña Berta, sanadora de huesos y lí­der de otra asociación de mujeres. O a doña Elena, sacerdotisa, que al atardecer te llevará a hacer el ritual de la fertilización de las matas de café. Quizá hasta puedas disfrutar de un concierto del grupo Tzots Ij, compuesto por jóvenes mayas que de forma autodidacta han recuperado instrumentos y melodí­as de las que ya solo se acordaban sus abuelos.