Si estás pensando en hacer turismo de interior, piensa en Extremadura. Los pequeños pueblos de Extremadura te sorprenderán. Visitar Mérida, Cáceres o Badajoz te sumergirá en la Historia clásica. Probar sus vinos y su gastronomía, te enamorará. Estos son en mi opinión los sitios imprescindibles que ver en Extremadura en una primera visita
Actualizado por Paco Nadal el 21 de noviembre de 2022.
Cáceres es una ciudad que le debe su origen a una carretera. Igual que Salamanca o Zamora, la ciudad extremeña nació para dar servicio a las legiones, a los comerciantes y a los viajeros que se movían de norte a sur y viceversa por la calzada XXIV, lo que ahora conocemos como Vía de la Plata. En muy pocos años tras la Reconquista, el casco viejo de Cáceres adoptó casi la misma fisonomía que hoy conocemos. La muralla almohade se respetó y algunos de sus torreones, como el de Bujaco, se reforzó y mejoró. Los palacios fueron tomando cuerpo y las iglesias se superpusieron en los solares de las viejas mezquitas. Aunque la guerra con el musulmán quedaba ya lejos en el tiempo, las rivalidades entre las diferentes familias nobles fueron en aumento y las casas nobles se construyeron con un amenazador aire militar que aún da a Cáceres el aspecto de una enorme fortaleza. El cogollo monumental cacereño corta el aliento al visitante. Pocas capitales españolas presentan tal unidad de criterio y armonía en sus líneas como este espacio privilegiado de piedra y silencio. En la plaza de Santa María, la luz anaranjada de las farolas, que recuerda la de las viejas antorchas, ilumina la fachada románica de la concatedral mientras que las sombras de los escasos visitantes a esas horas se pierden por la cuesta de Aldana. Y el palacio de los Golfines de Abajo, la cuesta del Marqués, la judería vieja o la plaza de San Jorge sueñan en el silencio de la noche con tiempos pasados en que el bullicio y el mercadeo se apropiaban de estos viales de piedra.
Pocos valles tienen una relación tan directa con una flor y con un color. El valle del Jerte es blanco, blanco de los cerezos en flor. Pero aunque no se vaya en esas efímeras y concretas fechas, cuando los miles de cerezos del valle lo cubren de una especie de nieve primaveral, el Jerte sigue siendo igual de atractivo. Plasencia, con sus dos catedrales, es la puerta de entrada al valle. Desde allí se va remontando el cauce hacia el puerto de Tornavacas, dejando a ambos lados pueblos blancos, dedicados desde siempre a la agricultura, la ganadería y la recogida de madera y castañas: Piornal, Navaconcejo, Cabezuela del Valle… lugares donde a pesar de los desmanes, la arquitectura tradicional ha sobrevivido al desarrollo. En el paraje protegido de la Garganta de los Infiernos hay pozas y saltos de aguas limpias donde refrescarse en verano. Ah, y si quieres vivir la experiencia de explorar el Valle del Jerte y la recogida de las cerezas, este tour puede interesarte.
Zafra, la capital del sur pacense, es una ciudad monumental cuya vida social gira en torno a dos plazas: la Grande y la Chica. Dos burbujas urbanas, porticadas y contiguas llenas de casas enjalbegadas, palacetes, balcones de forja, soportales y terrazas al aire libre donde locales y forasteros aprovechan cualquier rayo de sol para disfrutar de una buena tertulia y un buen aperitivo. La plaza Chica es la plaza medieval por antonomasia, el centro comercial donde se celebraban mercados y ferias y al que se asomaban la mayoría de comercios de la ciudad. La plaza Grande corresponde a la gran ampliación del siglo XVI, cuando el comercio floreciente hizo crecer también los perímetros de la ciudad. Es la plaza Mayor de Zafra, de una belleza rutilante, con sus fachadas de 2 y 3 pisos encaladas y punteadas de forma simétrica por balcones con barandillas de forja; todo sujeto por bellos arcos de medio punto. Zafra fue desde época romana una parada intermedia en la calzada empedrada que unía dos grandes capitales, Sevilla y Mérida. Y esa condición de cruce de caminos jugó a su favor. En 1437 el segundo duque de Feria ordenó levantar un gran alcázar-palacio, el enorme y altivo edificio de planta cuadrangular que aún hoy preside el casco histórico, con una torre del homenaje de 29 metros de altura y 12 metros de diámetro, hecha para reflejar a lo grande el poderío de los duques de Feria. El edificio aguantó bien los envites del tiempo y tras una conveniente remodelación aloja ahora el Parador de Turismo.
Pocas ciudades se pueden vanagloriar de tener dos catedrales. Plasencia, una de las villas con más historia y patrimonio artístico de toda Extremadura, las tiene. La catedral antigua es un templo románico que durante siglos albergó la sede episcopal de Plasencia. Hoy acoge un museo de arte sacro. A principios del siglo XVI, la curia placentina decidió ampliarla. Para ello se derribó la parte del altar mayor y se comienzó a edificar una nueva catedral, majestuosa, imponente, donde la fuerza del gótico y la delicadeza del renacimiento se aliarían para crear un magnífico ejemplo de arquitectura religiosa. Pero tras casi 50 años de obras, el dinero se acabó y la catedral nueva se paralizó. Por eso, hoy Plasencia tiene dos catedrales unidas entre sí: la vieja, a medio derribar, y la nueva, a medio construir. Todo ello en uno de los cascos históricos mejor conservados de la provincia de Cáceres.
Toda esta comarca ribereña del río Tajo a su paso por la provincia de Cáceres estuvo ocupada por un espeso bosque de especies mediterráneas: encinas, quejigos y alcornoques unidos por un espeso matorral de madroños, lentiscos, brezos, labiérnagos, jaras y aulagas. Tan tupido que ya los romanos lo llamaron mons fragorum (monte denso), de donde deriva su topónimo actual. Pero a finales de los 60 y durante los 70 los estrategas forestales e hidrológicos del franquismo arrasaron y aterrazaron miles de hectáreas para la construcción de las presas de Torrejón y Alcántara y, sobre todo, talaron quejigos y alcornoques para plantar eucaliptos y pinos en aras a una rápida producción de celulosa. El desastre fue contenido en 1979 con la declaración de Monfragüe como parque natural. Hoy Monfragüe, elevado a la categoría de parque nacional, representa una de las manchas más extensas y bien conservadas del bosque mediterráneo original. Las casi 18.000 hectáreas protegidas se extienden en un rectángulo de unos 30 kilómetros de largo paralelo al río Tajo, entre el Salto del Gitano y la localidad de Casas de Miravete, aunque el bosque mediterráneo relicto solo se conserva en la ladera norte de la sierra de las Corchuelas. Casi toda la superficie de esta ladera está declarada reserva integral y no puede ser visitada, pero una porción muy representativa de ella permanece abierta a todos aquellos que deseen internarse a pie por la auténtica selva mediterránea. Por ella discurre un sendero, que asciende también a la atalaya que domina el parque, el castillo de Monfragüe. El castillo es probablemente heredero de un fortín romano, pero la base de la actual fortaleza data de época musulmana. Desde este punto, si miramos al oeste, en paralela al Tajo por su ribera izquierda, se ve la mancha verde oscura de 30 kilómetros de longitud de la reserva integral de Monfragüe, la zona de mayor valor ecológico del parque. Hacia el sur, la dehesa se pierde en el horizonte. Se accede desde la localidad del mismo nombre.
Esta ciudad monumental cacereña ha pasado a la historia por su más célebre paisano, Francisco de Pizarro, un cabrero que terminó metido a conquistador del Nuevo Mundo. Pero sin necesidad de la ayuda de su vecino universal, que por cierto está inmortalizado en una gran estatua ecuestre en la plaza Mayor, Trujillo tiene encantos suficientes para una larga visita. Su casco histórico es un catálogo acorde a su dilatada historia dentro del Reino de Castilla. Sus muchos palacios (de los Orellana-Pizarro, de los Duques de San Carlos, del Marquesado de Piedras Albas, la casa fuerte de los Altamirano, el palacio de Chaves), sus muchas iglesias, el viejo castillo, los restos de murallas… son fruto de las riquezas que llegaron del otro lado del Atlántico. Por cierto, aquí nació también Francisco de Orellana, primer europeo que vio el Amazonas.
Los viajeros que llegan al valle del Ambroz por la Vía de la Plata, la ruta jacobea que sigue la estela de las calzadas romanas entre Hispalis (Sevilla) y Asturica Augusta (Astorga), suelen quedarse asombrados ante la visión de un enorme arco tetrapilón que se levanta en medio de la nada. Es el vestigio más llamativo que nos legó la ciudad romana de Cáparra, quinta masio de la calzada XXIV (que enlazaba Mérida con Astorga) y que llegó a tener una extensión de entre 14 y 16 hectáreas amén de notables edificios, entre ellos un anfiteatro y dos grandes templos. Un puente sobre el río Ambroz, aún en uso, la unía al resto de la comarca. No es habitual ver restos que levanten más de un palmo en los yacimientos romanos. El tiempo y el hombre se encargaron de laminarlo todo. Por eso este magnífico arco cuadriforme o tetrapilón que daba acceso a la urbe y que se ha conservado milagrosamente en el tiempo, se ha convertido en el emblema de la Vía de la Plata. Tiene casi nueve metros de altura y cuatro pilones de sillares graníticos que soportan otros tantos arcos de medio punto cubiertos por una bóveda de arista. Las excavaciones a su alrededor han sacado a la luz buena parte de la ciudad romana y un tramo de la Vía de la Plata original a su paso bajo el arco, que coincidía con el Decumanus, una de las dos arterias principales de toda ciudad romana. A ambos lados de la calzada se levantaban tiendas, tabernaes y negocios de todo tipo, tal y como sucede hoy con las carreteras nacionales. El Centro de Interpretación de la ciudad Romana de Cáparra, abierto en uno de los laterales de la excavación, muestra mediante paneles, fotografías y vídeos una recreación virtual de cómo fue la ciudad. Especialmente recomendable es el vídeo en el que se muestra una idealización en tres dimensiones de cómo eran y cómo se organizaban estas primeras grandes urbes de la península. Se accede por la salida 455 (Guijo / Granadilla) de la A-66. Si te interesa, hay una propuesta muy económica de visita guiada por Cáparra, en la que conocerás su famoso arco, el único ejemplar de sus características en la Península Ibérica, sus termas y el Anfiteatro.
Emérita Augusta, antigua capital de la Lusitania, actual capital de Extremadura, tiene elementos suficientes para considerarse una de las grandes ciudades europeas de la Antigüedad. Fue mandada construir por el emperador Augusto a orillas del Guadiana en el año 25 a.C. para darles tierra y hogar a los legionarios licenciados (eméritos, de ahí el nombre de la localidad) que habían luchado en las campañas del norte contra cántabros y astures. A quienes deambulan por las calles blancas y soleadas del centro urbano le asalta en cada rincón, en cada esquina, una evidencia de aquella civilización que sentó las bases del mundo moderno: una columna, un miliario, un trozo de foro… Uno de los más sorprendentes es el templo de Diana, un gran recinto religioso que ha llegado bastante intacto hasta nuestros días porque una familia noble de la ciudad construyó en el siglo XV una mansión palaciega aprovechando lo que quedaba del viejo templo. Pero la joya de Mérida es el conjunto del teatro, anfiteatro y circo. Un soberbio recinto dedicado al ocio y las artes escénicas ordenado construir por el cónsul Marco Agripa en el año 18 a. C. La escena del teatro que ahora vemos fue reedificada por Trajano y finalizada en tiempos de Adriano, en el año 135. El viajero actual se maravillará ante la gigantesca cavea, enorme para un teatro “de provincias”, con 87 metros de diámetro y capacidad para 5.500 espectadores que ahora acoge cada verano un festival de teatro clásico. En el anfiteatro cabían 14.000 espectadores. Para entender mejor la planimetría perfecta de la ciudad clásica, que se sigue copiando 20 siglos después, te recomiendo visitar el Museo Nacional de Arte Romano, obra del arquitecto Rafael Moneo. Puedes hacerlo con esta visita guiada.
Los caballeros templarios anduvieron por Extremadura hace ya mucho tiempo (hasta su disolución en 1312), pero su impronta y su nombre aún perduran en torno a este Jerez de los Caballeros, en la provincia de Badajoz, una de las grandes ciudades monumentales de la comunidad autónoma. Aunque menos conocida por los viajeros que otras por su ubicación en el remoto sur montañoso que separa Extremadura de Andalucía. Jerez de los Caballeros es una ciudad de iglesias y conventos, de pequeños rincones y callejuelas donde se mezcla lo popular y lo sacro. Pero es sobre todo una ciudad de campanarios barrocos, que despuntan sobre el caserío como rascacielos de barro cocido. La saga templaria todavía puede entreverse en el castillo y en la torre Sangrienta. Tierra de buenos jamones, Jerez de los Caballeros es también célebre por su Semana Santa. Puedes conocerla más a fondo con esta visita guiada.
A veces, los pequeños rincones deparan grandes sorpresas. Perdido en un extremo poco explorado de la provincia de Badajoz, a poco más de kilómetro y medio del pueblecito de Casas de Reina, aparece en mitad de la nada un soberbio teatro romano. No es tan grande como el de Santiponce ni tan famoso como el de Mérida pero su emplazamiento tan maravilloso en mitad de la campiña, como un espejismo en piedra, impresiona tanto o más como la vista de esos otros recintos consagrados en las guías turísticas. El teatro formaba parte de la antigua ciudad romana de Regina, una polis próspera que creció a partir del siglo I de nuestra era gracias a las riquezas que generaban unas minas cercanas y a la proximidad de la Vía de la Plata. Fue excavado a partir de 1978 y tenía capacidad para 1.200 espectadores.
Badajoz capital suele ser obviada en las rutas turísticas extremeñas, pero la ciudad tiene muchas cosas que ver, en especial, la alcazaba. Una gran fortificación de origen árabe cuyas extensas murallas datan de los siglos X a XII. El acceso se efectúa por la puerta del Capitel, de época almohade. Conserva muchas torres y torreones, algunos con dudosa rehabilitación. La más famosa es la torre albarrana de la Atalaya, con una curiosa planta octogonal. En el interior de la fortaleza los duques de Feria construyeron un palacio en el siglo XIV, que hoy alberga el museo Arqueológico de la ciudad. Abajo, en la ciudad, conviene pasear por la plaza de España, donde están la catedral y el Ayuntamiento. En esta visita guiada podrás descubrir el casco histórico de Badajoz y si buscas alojamiento, hazlo en este enlace.
La muralla más sorprendente de toda la Vía de la Plata en Extremadura rodea este pequeño pueblo de Cáceres, a orillas del río Jerte. Galisteo es una localidad de orígenes inciertos a la que en época islámica se le dotó de una muralla de canto rodado de tres metros de espesor y hasta 11 de alto. Hay quien sostiene su origen romano, pero los datos más fiables apuntan a que fue construida por los almohades. Su perímetro circular rodea todo el pueblo y cuenta con cuatro puertas de acceso. En su interior se despliega un casco urbano con alguno de los más atractivos detalles de la arquitectura mudéjar extremeña. La torre de la Picota, último vestigio de la fortaleza que defendía el cerro, ha sido restaurada y permite la subida hasta los pisos superiores desde donde se obtiene la mejor vista de Galisteo, su vega y el puente medieval sobre el río Jerte.
Además de por ser uno de los pueblos que mejor ha sabido conservar la arquitectura popular de la montaña cacereña, Hervás merece una visita por su famosa judería, un laberinto de calles frescas y retorcidas donde residía su importante comunidad hebrea. El estilo constructivo tradicional de balcones voladizos y fachadas con vigas de madera a la vista han pervivido en la judería de Hervás como en ningún otro lugar de la sierra extremeña. De las 45 familias de artesanos y comerciantes judíos que había en el pueblo en 1492, catorce se marcharon tras la orden de expulsión de los Reyes Católicos; las restantes se convirtieron a la fuerza. También sobresalen en Hervás algunas casas señoriales, como el palacio de los Dávilas o el Ayuntamiento, una construcción barroca que antes fue enfermería de un convento franciscano. Si piensas quedarte en Hervás para conocer mejor el Valle de Ambroz, puedes consultar la oferta de alojamientos en este enlace. Entre las visitas que puedes hacer para conocer mejor la localidad hay una visita guiada por Hervás y un free tour.
A comienzos del siglo I, el ingeniero romano Cayo Julio Lacer recibió el encargo de construir un vado que salvara los 214 metros de anchura del Tajo a la altura de lo que hoy es la localidad de Alcántara, a 65 km de Cáceres por la EX - 207. Estaba en juego la mejora de las comunicaciones en Lusitania. Así nació el soberbio puente de Alcántara, una de las mejores y más elegantes infraestructuras de la red viaria que Roma creó en Hispania. El puente daba servicio a la calzada entre Norba Caeserina, hoy Cáceres, y Conimbriga, cerca de la actual Coimbra. Está formado por seis majestuosos arcos, soportados por cinco pilares rectangulares. En el centro de la calzada, de unos ocho metros de anchura, se alza un arco de Triunfo que magnifica aún más ese carácter imperial con que le dotaron sus creadores. Ya los árabes lo denominaron Al Qantarat, “el puente”, así en genérico, porque ciertamente, aún hoy es difícil encontrar otro puente romano tan singular.
Y un bonus extra que inexplicablemente faltaba en esta relación: Guadalupe, que además de una preciosa localidad serrana es una de las localidades españolas más famosas en América latina. El centro geográfico y espiritual de Guadalupe es la plaza Mayor, a la que se abre la fachada principal del Real Monasterio. El santuario, fundado en 1330 en el mismo lugar donde un pastor encontró la talla románica de una Virgen negra, es uno de los mayores centros espirituales para la Cristiandad de ambas orillas del Atlántico. Su robusta fachada, con torres almenadas, le da más apariencia de fortaleza que de santuario. El Real Monasterio de Guadalupe tiene tantos rincones y recovecos para ver y tantas leyendas que contar que te aconsejo le dediques tiempo y elijas una visita guiada. Porque buena parte de la historia de España y de la conquista de América ha desfilado por este recinto de 700 años de antigüedad, que en cuyo interior llegaron a trabajar más de 650 personas, entre monjes y seglares. Pero Guadalupe es más que eso. Llégate hasta la plazuela de la Fuente de los Tres Chorros, el cogollo del centro urbano. De ella nace la calle de las Flores, la más famosa del pueblo. La que mejor expresa la arquitectura popular cacereña y el urbanismo medieval de Guadalupe y de otros pueblos perdidos de las sierras de Las Villuercas y Los Ibores.
Aquí podrás localizar las 14 + 1 visitas imprescindibles que no te deben faltar en tu recorrido por Extremadura. ¡Buen viaje!