Son uno de los destinos veraniegos por excelencia. Pero quienes conocen bien Ibiza y Formentera saben que cuando de verdad se disfrutan con deleite las islas Pitiusas es fuera de la temporada de alta ocupación. En septiembre y octubre el clima de las Baleares sigue siendo excepcional y se puede gozar igualmente del sol y la playa, pero con menos bullicio. Además, su oferta cultural, gastronómica y de naturaleza es más deliciosa aún.
Publicado por Paco Nadal el 06 de septiembre de 2021.
Ni que decir tiene que la oferta playera de la isla es infinita. Sería imposible describir aquí tantas calas y arenales. Por eso, te cuento cuatro de mis favoritas. La primera es Cala Conta, a 10 kilómetros de Sant Antoni de Portmany, una idílíca piscina de aguas someras donde se mezclan todos los verdes, azules y turquesas. Muy visitada por submarinistas, amantes del nudismo y buscadores de rincones de ensueño. Solo unos chiringuitos rompen una línea de horizonte necesariamente baja en la que se funden los roquedos marrones, las arenas blancas y el cielo impolutamente azul. Luego está Cala d´Hort, el mejor atardecer de la isla, bendecida por la naturaleza con el telón de fondo de uno de los pináculos más inhiestos, llamativos y fotogénicos del Mediterráneo, Es Vedrá. Muy recomendable también Cala Salada, al norte de San Antonio, pequeña y de acceso complicado, pero con un agua de documental de National Geographic y un entorno de rocas y pinos precioso. Y por último, si lo que buscas no son calas perdidas en un silencio místico sino arenales bullangueros donde se reúna lo más cool de la isla, con música, cuerpos bronceados y todo el hedonismo del mundo, el sitio perfecto es Ses Salines, el paraíso del ver y ser visto ibicenco. Un arenal alargado y luminoso, entre la capital y el aeropuerto, al que a mediodía empieza a llegar toda la fauna noctámbula que ha pasado la noche en las discotecas de moda. Todo un espectáculo.
Otra visita otoñal que te recomiendo es la Dalt Vila, el verdadero corazón de Ibiza, el peñón rocoso donde se asentaron todas las culturas que pasaron por esta isla blanca. Sus murallas renacentistas conservan la totalidad de sus lienzos, puertas y baluartes, lo que le hicieron merecedora de ser incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad. Lo normal es entrar por el Portal de Ses Taules, el cordón umbilical entre la vieja y la nueva Ibiza. Junto a la puerta se instala a diario el mercado de las verduras, bajo un templete neoclásico construido en 1872 a modo de templo griego. Tras Ses Taules aparece la Plaza de la Vila, el nudo urbano en el que se atan la infinidad de callejones, escalinatas y cuestas que forman el casco viejo ibicenco. Estas calles, llenas de tipismo, fueron antaño el lugar más seguro de la isla para protegerse contra los ataques de piratas e invasores. Hoy, sin embargo, son una sucesión de bares, tiendas y negocios relacionados con la moda ibicenca. Lejos ya las masificaciones del verano, en otoño la Dalt Vila vuelve a recuperar el sosiego y el encanto de pueblo blanco que siempre tuvo.
Si te interesa la Ibiza más cultural, te recomiendo algunos museos. El centro de interpretación Madina Yabisa, ubicado en un palacio de los siglos XIV-XV, enfrente de la catedral, ofrece un seguimiento audiovisual por la historia de la ciudad, muy en especial de la fundación árabe y su época islámica. Los baluartes de Sant Pere y Sant Jaume, en la muralla, se museizaron para enseñar todo lo relativo a la construcción de las defensas de la ciudad, la tecnología militar y cómo fueron evolucionando las viejas murallas medievales y las técnicas de asedio y defensa. Muy interesantes son también el Museo de Arte Contemporáneo (MACE), uno de los más antiguos de España en su género (está en Dalt Vila); el museo Puget, en una casa noble de la calle Mayor que es en sí una visita recomendable, aunque lo que alberga es la colección de estilo costumbrista de los pintores Narcís Puget Riquer y de Narcís Puget Viñas. Y para los amantes de la arquitectura, la Casa Broner, en el callejón de Sa Penya, mandada construir por el arquitecto y pintor alemán, luego nacionalizado estadounidense, Erwin Broner en 1960.
Numerosos mercados diarios y otros semanales mantienen el pulso comercial de la isla todo el año. Uno de los más famosos e históricos es el mercadillo hippy de Las Dalias, en el municipio de Santa Eulalia, donde artesanos de todo tipo conservan vivo el espíritu de aquellos hippies que pusieron a Ibiza en el mapa (abierto sábados, todo el año). También todos los sábados del año se instala en el antiguo hipódromo de Sant Jordi, en San Josep de Sa Talaia, un mercadillo y rastro de segunda mano, desde discos a ropa pasando por los más variopintos objetos. Otros mercadillos abiertos todo el año son el de Es Canar, en Santa Eulalia del Río (miércoles). El mercado de Forada, con productos alternativos y ecológicos de la isla (sábados). Y el de Sant Joan de Labritja, al noroeste de la isla, que convoca a artesanos y artistas de la isla (domingos).
Si quieres conocer la verdadera Ibiza, la de las tradiciones y la cultura mediterránea ancestral, tiene que alquilar un coche y recorrer el interior de la isla. El paisaje ibicenco es una continua sucesión de campos primorosamente cuidados y de casaments, la vivienda familiar isleña, cubos blancos de cal y morunos de formas, que parecen diseminados a propósito por los cuatro rincones de la isla. Y es que en el interior de la isla de Ibiza apenas existen las concentraciones urbanas, por mucho que en los mapas salgan señalados pueblos, todos con nombres de santo. Los pueblos del interior ibicenco no son pueblos al uso; son más bien multitud de haciendas diseminadas que encuentran su punto de unión, su centro geográfico, en las parroquias. Templos de formas suaves y sencillas, las parroquias rurales ibicencas son el mejor exponente de la arquitectura rural del archipiélago. La mayoría, como la ermita de Santa Agnès de Corona, tienen una espadaña modesta y tres cruces negras en relieve en su fachada. Aunque para muchos, la iglesia rural más bella de la isla es la de Sant Miquel de Balasant. De gruesos muros, que le confieren cierto aire de fortaleza, la parroquia de Sant Miquel fue construida en 1690 y aún hoy parece un faro radiante que lanza sus destellos hacia la inmensidad del mar.
La gastronomía balear es heredera de todas las culturas que han pasado por el Mediteráneo. Y sería un pecado estando aquí, no probarla. Aunque comparten raíces, los recetarios de cada isla tiene sus peculiaridades. En Ibiza es típico el guisat de peix (variante local de la caldereta de pescado) y el bullit (lo mismo, pero con arroz). Más típico ibicenco aún es la borrida de ratjada, hecho con raya marinada con sal y limón y luego guisada con ajo, perejil, pan tostado y pimentón; un plato de sabor muy particular que no a todos gusta. El sofrit pagès lo encontrarás en ambas islas: se trata de plato contundente, como un cocido, que se sirve en dos partes: primero la sopa y luego el sofrit con carne de cordero y pollo, embutidos y patatas; todo bien especiado. Frita de pulpo, arroz de pescado o de matanza (en invierno), coca de pimientos o ensalada de crostes (pan de payés tostado) son también habituales en todos los restaurantes ibicencos. Lo más tradicional de Formentera es la famosa ensalada payesa -hecha con patatas, pan y pescado seco-; también, el calamar a la bruta, frito en su propia tinta. ¡Para chuparse los dedos!
Como en Ibiza, la lista sería interminable. Una de las más populares es Ses Canyes, entre Es Pujols y la cala Sa Roqueta; una playita pequeña y muy familiar con aguas poco profundas. Es Caló d’Es Mort es una pequeña y encantadora calita en Sant Francesc Xavier, entre Es Ram y la playa de Migjorn. Si buscas playa urbana, grande y con muchos servicios, tu sitio es la playa de Es Pujols. La playa de Llevant, en la parte este de la península de Trucador, cerca de Es Pujols , es un pequeño paraíso de arenas blancas y aguas transparentes. Aunque mi favorita, sin duda, está al final de esa misma península: Ses Illetes, un parque natural frecuentado antaño por piratas y luego por hippies de los años sesenta que descubrieron un paraíso en forma de media luna, con arenas ardientes y aguas azul turquesa en el extremo norte de la más pequeñas de las Pitiusas. La costa es aquí baja, solo interrumpida por dunas cubiertas de pinares y sabinas, lo que facilita que la vista se pierda en la luminosidad del Mediterráneo. Al estar muy cerca de La Savina, el puerto al que llegan los ferris, es también de las más concurridas en verano.
Un lugar al que merece la pena dedicarle unas líneas aparte (y un día de tu tiempo) es S’Espalmador, un islote llano y arenoso, cubierto de dunas y sabinas, que prolonga Formentera más allá de la barra arenosa de Punta Trocadors, al norte de la isla. La isla es privada pero está permitida la visita a sus bellísimas playas, donde el agua es color azul y verde malaquita y el mar tan dócil que el bañista cree flotar suspendido en el aire. S’Espalmador es uno de los últimos vestigios de naturaleza balear no alterada por el hombre. Los fondos marinos que rodean la isla, que se pueden disfrutar con unas gafas y un tubo, son amplias praderas de Posidonia Oceanica, roquedos oscuros, interminables arenales verdeazulados... Una orgía de colores que enamora a cientos de aficionados a la vela, que buscan el resguardo de la isla con sus barquitos en cuanto llega el bien tiempo. En marea baja se puede alcanzar la isla a pie o a nado, pero es peligroso; mejor ir en barco (salen desde el puerto de La Savina y desde Ses Illetes; hay también excursiones de día desde Ibiza a S’Espalmador).
Qué mejor escenario para recorrer en bici que una isla de solo 82 kilómetros cuadrados y con dos únicos accidentes montañosos: el Cap de Barbaria y la meseta de la Mola, que no pasa de 192 metros de altura. Formentera es una delicia en otoño. Y la bicicleta, el medio perfecto para descubrir con sosiego sus dunas y pequeños núcleos rurales habitados por pescadores, como Es Caló, o por artistas y artesanos, como El Pilar. Especialmente interesante es la ruta de las calas y playas, que incluye Cala Saona, las playas de Es Pujols y Migjorn y los lagos naturales des Peix y estany Pudent. También se pueden visitar las salinas y los acantilados de Cap de Barbaria y La Mola, donde se halla un mirador que domina la isla.
Los deportes náuticos y de aire libre son otro de los atractivos de las Pitiusas en otoño. ¿Qué tal una inmersión en Formentera? Aguas transparentes y fondos de roca, arena y posidonia caracterizan las inmersiones aquí. La calidez de las aguas permite además el buceo en condiciones agradables durante casi todo el año. Zonas de gran interés son las puntas de Sa Pedrera, Punta Prima y Sa Gavina, en la costa norte. Las tres ofrecen paredes verticales, cubiertas de nudibranquios, corales y esponjas, que desciende entre 25 y 30 metros de profundidad. En Punta Pedrera está también el pecio del Hermanos Florín, un pesquero hundido en 1995 a unos 30 metros de la superficie, entre cuyos restos es fácil ver cardúmenes de serviolas y grandes meros. De Sa Gavina destaca la inmersión en la cueva de Punta Gavina, una inmersión sencilla por su escasa profundidad, 15 metros, y la amplitud de las galerías, que comunican con salas interiores con cámaras de aire que permiten quitarse el equipo. Otros puntos imprescindibles son El Arco, una serie de puentes de piedra sumergidos a 17 metros; Es Banc, una llanura rocosa paralela a la costa y rodeada de arena, y Punta Rasa, otra pared acantilada, con fondo a 20 metros, donde se localizan otras dos grandes cuevas aptas para iniciación.
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