Marrakech, capital cultural y referencia del Atlas, es además una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. Marrakech es una ciudad fascinante cuya magia radica en lo pequeño, en lo minúsculo. En los claroscuros que convierten sus zocos en un laberinto en blanco y negro. Un destino perfecto para visitar desde España en un fin de semana largo, un puente o como inicio o final de otros viajes por Marruecos como, por ejemplo, la ruta de las Kasbahs y el Alto Atlas o el circuito de las ciudades imperiales. Te cuento en este post las mejores cosas que ver y hacer en Marrakech y alrededores.
Actualizado por Paco Nadal el 26 de octubre de 2022.
El edificio más alto de Marrakech y referencia visual desde cualquier ángulo es el alminar Koutoubia, que mandó construir Al-Mansur en el siglo XII. Perteneció a la mezquita de Los Libreros —hoy desaparecida— y es una de la torres más bellas y refinadas de Marruecos. A un turista español le puede resultar familiar: con los mismos planos, Al-Mansur mandó construir otra torre gemela en Al Andalus: la Giralda de Sevilla. A esta se le añadió en época cristiana el cuerpo final de campanas, pero el resto es igual a su hermana marrakechí. No se puede subir a la Koutobia. Aunque la verás desde todos los ángulos y a todas horas en tus recorridos urbanos, te recomiendo ir a su base al atardecer, cuando en la plaza y los jardines circundantes rebosan de ambiente y se llenan de familias, jóvenes y parejas paseando y disfrutando del clima suave del ocaso.
La gran explanada que esponja el denso entramado de la medina de Marrakech es mucho más que una plaza. No tiene límites definidos ni está bordeada por edificios reseñables, pero atesora una personalidad propia que la hacen única. Cada atardecer, Djemaa el Fna se transforma en el centro de reunión social de locales y turistas, un teatrillo donde se representa el gran espectáculo de la antropología. Hasta el siglo XIX era la plaza de los ajusticiamientos, de ahí su nombre, "asamblea de los muertos". Hoy es una reunión de vivos. ¡Y muy vivos! Un gran espacio público donde se dan cita todo tipo de oficios y personajes. Algunos son reliquias del pasado que viven por y para la propina del turista: aguadores, domesticadores de monos, encantadores de serpientes, tatuadoras de henna, saltimbanquis… Pero ajenos a ese mundo paralelo del forastero, los marrakechís acuden cada noche en busca de otros servicios más terrenales que también se instalan en la plaza: quiromantes que ven el futuro en la palma de tu mano, sanadores, barberos, echadores de cartas o quien por un dirham te deja pesarte en una báscula digital. Hay varias terrazas de restaurantes con vistas a la plaza, aunque la mejor ubicada (y más demanda también) es la del café Glacier; otra famosa es la del café de France. ¡Un espectáculo único!
La mayor parte de tu estancia en Marrakech va a transcurrir deambulando por ese laberinto de callejuelas y tiendas que es el corazón de la medina. Es el mayor atractivo de Marrakech y lo que la convierte en fabuloso viaje al pasado. Al norte de la gran plaza de Djemma el Fna se extiende lo mejor de la medina de Marrakech, zocos medievales donde se vive y se comercia igual que hace siglos. El verdadero túnel del tiempo. Laberintos existenciales de telas y de babuchas, de pieles curtidas, de metales, de frutas frescas y piedras preciosas, de perfumes y quincallas, de olores y sabores, de joyas y baratijas para los turistas. Los intestinos de una ciudad anclada en el pasado donde los sonidos del exterior se amortiguan y el tiempo corre de diferente manera. Los zocos son gremiales, es decir, en ellos se agrupan los vendedores de un mismo producto o servicio: zapatos, telas, joyas, alfombras, frutas y verduras, herreros… hay incluso una zona de curtido de pieles. Es difícil orientarse, no está de más contratar los servicios de un guía para disfrutarlo en su plenitud.
A finales del siglo XIX, Si Mousa, gran visir del sultán Muhammad IV, mandó construir un palacio al más puro estilo islámico, con varios pabellones para sus diferentes esposas y para sí mismo, todo rodeado por más de 8.000 metros cuadrados de jardines. Su hijo y sucesor lo mejoró y amplió. El palacio ha llegado a nuestros días casi intacto y se ha convertido en una de las visitas más demandadas de Marrakech, sobre todo porque permite conocer la magnificencia de estos palacios señoriales, que eran verdaderas ciudades dentro de la ciudad. Te recomiendo ir a primera hora (abre a las 9:00 h.), cuando hay menos visitantes y la luz es mucho más suave y entra por los vitrales provocando caleidoscopios sobre las yeserías. El último pabellón, el más grande y con el patio más espectacular, era para la favorita, la primera esposa que le daba un hijo varón.
Una visita diferente y hasta inesperada en el centro de la ciudad es este jardín nada convencional creado por el pintor francés Jacques Majorelle en 1931. Majorelle, enamorado de Marrakech, compró una finca cerca del palmeral y se hizo construir una casa art déco que usó como vivienda y estudio. Alrededor creó un jardín botánico con especies locales y otras muchas exóticas que trajo de sus viajes. Todo, bajo el dominio de un color azul muy especial que ya se conoce como azul Majorelle. En 1980, el diseñador de moda Ives Saint Laurent y su pareja, Pierre Bergé, compraron la finca, mejoraron y ampliaron el jardín e instalaron, en lo que fue taller de Majorelle, un Museo de Arte Islámico con las piezas que Bergé había coleccionado a lo largo de su vida. Hoy es uno de los lugares más turísticos de Marrakech, con más de 700.000 visitantes al año. Anexo está el nuevo museo Ives Saint-Laurent Marrakech, dedicado a la obra del gran modisto francés. En su web puedes reservar online las entradas.
La cocina marroquí es muy rica y probarla forma parte de toda experiencia viajera. Además de los puestos callejeros de Djemaa el Fna —donde te recomiendo cenar al menos una noche— encontrarás muchos restaurantes en la medina, tanto de corte local como más internacional (en los que sirven cerveza y vino) para deleitarte con las recetas locales. Prueba la pastilla o pastela, un hojaldre de masa fina relleno con cebolla, carne de paloma o de pollo, perejil y almendras que mezcla sabores dulces y salados. También, por supuesto, el cuscús, el plato tradicional amazigh, hecho a base de sémola de trigo. Los dos tipos de cuscús más conocidos en Marruecos son el de ternera y el de pollo. Imprescindible también un tajine, un plato que toma el nombre de la olla de barro en la que se cocina y que puede ser de carne (pollo con limón, cordero), de verduras o de ambos. El méchoui o meshwi es una pieza de cordero o un cordero entero asado a la brasa y está exquisito.
La tradición del hamman o baño de vapor es antiquísima. Un concepto que es mucho más que un simple baño. Las antiguas ciudades árabes estaban llenas de baños públicos donde los fieles acudían a practicar un ritual de higiene y purificación antes de rezar. Eran también los espacios públicos donde socializar y reunirse. Hoy, cada barrio continúa teniendo sus propios hamman; la diferencia es que ahora, con el crecimiento del turismo de descanso y relajación en todo el mundo, han aparecido nuevos tipos de baños al estilo árabe para visitantes. Sea a uno tradicional (separado por hombres y mujeres) o a uno de corte más occidental (los encontrarás por toda la medina), no te puedes perder la experiencia de una sesión de hamman marroquí. Dejarte seducir por el vapor denso de la sala. Disfrutar cuando el o la masajista te pone jabón negro y después, con un guante rugoso, te hace la exfoliación y te pone ghassoul (una arcilla de alto poder absorbente) Y lavarte luego con agua caliente antes de relajarte durante unos minutos sobre el mármol cálido. ¡Toda una experiencia sensorial!
Una experiencia fantástica si nunca has volado en un aerostático es contratar un vuelo en globo con alguna de las compañías que ofrecen esta experiencia. Pasan a recogerte muy temprano (sobre las cinco de la mañana) por tu hotel y te llevan a la zona de despegue, en el desierto que rodea la ciudad. La luz del amanecer, el silencio de la madrugada —solo roto por el soplido del quemador del aparato—, las vistas interminables y la sensación de ingravidez justifican de sobra el madrugón y el precio de este tipo de actividad.
Agafay es una zona de desierto de piedra a una hora de Marrakech donde se han instalado muchas empresas de aventura. No es un paisaje tan espectacular como puede ser un mar de arena (el de Merzouga, por ejemplo), pero resulta un complemento ideal para cualquier visita a Marrakech y permite conocer sus alrededores. Hay paseos en camello y en quad, noche en jaimas del desierto, etc. La actividad se suele complementar con una comida tradicional marroquí en un restaurante e incluso en casas locales. Una experiencia más que recomendable.
Vive y goza de los nueve lugares que te he propuesto más arriba. Pero no olvides disfrutar del mayor placer de esta ciudad inclasificable: mezclarte con sus gentes, pasear entre ellos, charlar y dejar que te cuenten historias, ya sea en un puesto del zoco, en la plaza Djemaa el Fna o en la recepción de un hamman. Déjate los prejuicios en casa y habla con tantos marrakechís como puedas. Interésate por su estilo de vida, por sus preocupaciones y anhelos, déjate seducir por el encanto de una buena conversión en torno a un té a la menta o una narguila. Más que una colección de postales, los países son la suma de sus gentes. Los marroquíes son amables en extremo y te abrirán sus corazones y la puerta de sus casas apenas te intereses respetuosamente por ellos.
Echa un vistazo a este vídeo que grabé hace unos meses en Marrakech. ¡No te faltarán ganas de visitarla!