Nosy Bé, la reserva de Ankarana, la Montaña de Ámbar o las bahías de Diego Suárez... El norte de Madagascar tiene lugares míticos que visitar. Aunque menos variado y con peores carreteras que la ruta sur, el norte de esta isla tan extraña es perfecto para quienes busquen playas, buceo y los sorprendentes perfiles de los tsingys. Además de lémures y camaleones, por supuesto. Si tiene dudas de cuando ir, aquí te cuento cuál es la mejor época para viajar a Madagascar. Y en este otro post, los mejores sitios que ver en el sur de Madagascar.
Publicado por Paco Nadal el 05 de agosto de 2019.
La principal ciudad del norte y capital del antiguo reino de los Antakarana es una mezcla de casas coloniales abandonadas tras un siglo de presencia militar francesa, calles que no se sabe si están a medio hacer o a medio derruir y mercados africanos muy coloristas, todo al pie de una de las bahías más bonitas del hemisferio sur, refugio de piratas y puerto seguro en el que recalaron todas las armadas invasoras. Aunque el nombre oficial es Antsiranana, los malgaches siguen llamándola Diégó, así, usando solo el nombre y con una rara acentuación doble que aumenta la sonoridad de un topónimo que hace honor a los dos primeros occidentales que visitaron la bahía, Diego Dias en 1500 y Fernando Suárez, en 1506, portugueses ambos. Hay que dedicarle al menos tres días a Diégó; uno para llegar y otros dos para explorar sus tres bellísimas bahías –de los Sakalava, de las palomas y de las Dunas- y sus playas además de para hacer una excursión en barco y disfrutar de su mar de color esmeralda. Un buen hotel de paya con precios asequibles es el Mantalasy Lodge. Si bsucas hotel urbano y céntrio, en la ciudad está Le Grand Hôtel Diego. Y si buscas algo más chic, en plan hotel boutique, Le Suarez Hotel.
A poco más de dos horas de Diego Suárez aparece uno de los parques nacionales más singulares de Madagascar, el de la Montaña de Ámbar, un recuerdo del bosque tropical que un día cubrió la isla y del que hoy sólo quedan manchas. Una vez en el interior de la Montaña de Ámbar, el tiempo vuelve atrás y todas las penalidades del viaje quedan justificadas. Miles de especies vegetales, muchas de ellas exclusivas de esta isla, cubren un macizo volcánico de entre 800 y 1500 metros de altitud con un manto verde uniforme, incluso en la estación seca. Es el genuino bosque pluvial, el que le hubiera gustado ver a Conrad o a Stevenson. Por encima de esta canopia solo sobresalen los ramy -para la ciencia canarions madagascarensis-, rascacielos de la selva que elevan su penacho de hojas hasta 35 y 40 metros de altura en esta competición a vida o muerte por un rayo de sol que es la selva húmeda. Abajo, entre el laberinto oscuro de lianas y troncos, hay lagos volcánicos cuyas aguas simulan el color del jade, cascadas forradas de líquenes y ríos de aguas achocolatadas. El punto más fotogénico del parque es la Petit Cascade, considerada sagrada por los malgaches.
Una de las zonas naturales más ostentosas del norte de Madagascar es la reserva del Ankarana. Se trata de un gran macizo de roca caliza torturado por la erosión hasta crear unos relieves de agujas puntiagudas que se extienden durante kilómetros. Son los famosos tsyngys, grandes plataformas de roca caliza fuertemente erosionadas por el agua de lluvia hasta formar campos interminables de agujas rocosas y puntiagudas, intercaladas entre simas de diversa profundidad entre cuyos resquicios crece la selva tropical y se esconde buena parte de la fauna que queda en la isla. Algunos de los tsingys más espectaculares pueden verse en la esta reserva especial del Ankarana, cerca de la carretera RN6, que une Diego Suárez con Ambanja, en el norte de la isla, donde se contabilizan más 120 kilómetros de cuevas, docenas de simas y cañones cuya profundidad quita el hipo. El macizo del Ankarana es considerado sagrado por la tribu de los merina, la mayoritaria y dominante en el país, y varios de sus reyes están enterrados en estas cuevas. El Ankarana es un buen lugar para ver de cerca - incluso interactuar- con lémures, uno de los endemismos más conocidos y estudiados de Madagascar. Estos simpáticos mamíferos, mitad ardilla, mitad gato, son en realidad protosimios, pariente lejanos de los primates y más lejanos aún del homo sapiens. Cómo llegaron aquí y sobre todo, por qué han sobrevivido sólo en Madagascar es un misterio para la ciencia.También es fácil ver diversas especies de camaleones endémicas de Madagascar, con sus trajes de colores mutantes, desde el pequeño bleuve cornis al extraño camaleón pantera. No te pierdas el mirador Tsingy Rary, con las mejores vistas de las agujas, y el puente colgante de acceso al tsingy de Benavony. Están bien señalizados en el sendero. Otros tsingys espectaculares pueden verse en el parque nacional de Bemaraha, al oeste de Antananarivo, un macizo de 90 kilómetros de longitud horadado como un queso gruyere donde habitan 11 especies de lemures y 90 de pájaros. Un alojamiento sencillo pero bien integrado en la naturaleza, con cabañas en torno a una pisicna, el Ankarana Lodge.
Madagascar cuenta con 5.000 kilómetros de costa en los que caben acuarelas de todo tipo. Pero una de las más bellas es la que dibuja en el horizonte esta isla, la más grande y poblada de la costa noroccidental, y también la que por su clima y sus paisajes podría acercarse más a ese mito de lugar paradisíaco que tanto busca el turismo occidental. Base histórica de navegantes árabes y comerciantes indios, la isla fue objeto de luchas entre los aborígenes sakalava y las merina. Los franceses acudieron en 1841 en ayuda de los primeros y ya que estaban allí, se quedaron y fundaron la que sería capital de la isla, Hell Ville. Se trata de una población bulliciosa, caótica, donde las horas del día pasan en torno a la plaza del mercado que los franceses construyeron a finales de los sesenta, en la que pululan taxis, niños vendiendo dulces de plátanos secos, mujeres vestidas con telas de colores sin igual, mercaderes de todo tipo y wazahas aventureros llegado tras la ilusión óptica del nirvana costero de arena blanca, mar azul y cocoteros. La huella colonial francesa es visible aún entre las ruinas de palacetes neoclásicos y arcadas barrocas que flanquean la calle principal, viviendas enormes y fuera de contexto levantadas un día por gentes extrañas que, como en una novela de Conrad, trataron de reproducir en el trópico sus aburridas y cartesianas vidas europeas. Encontrarás muchas playas en Nosy Bé, aunque las más bellas y recomendables son las de Ambatoloaka, Madirokely y Andilana. Si te gusta la naturaleza disfrutarás en la reserva natural de Lokobe, al sureste de la isla, única mancha forestal de bosque autóctono sobre un curioso relieve de rocas volcánicas que nos dice como fue una vez, hace ya mucho tiempo, la cubierta forestal de Nosy Bé. Como era de esperar en la isla hay multitud de alojamientos. Te recomiendo el Nosy Be Hotel & Spa, el Andilana Beasch Resort y el Ravintsara Wellnes Hotel.
Desde Nosy Bé es fácil contratar un catamarán para descubrir los pequeños mundos acuáticos que salpican el canal de Mozambique. A apenas 45 minutos de travesía queda Nosy Tany Kely, una isla redonda, compacta y coronada por un penacho de vegetación lujuriosa, como la hubiera imaginado un náufrago de cómic, donde la misma tripulación de la nave prepara en la playa langostas, gambas y pescado a la plancha para los visitantes. Un día de navegación en rumbo norte basta para alcanzar el archipiélago de las islas Mitsio, quizá uno de los lugares más olvidados y auténticos de la costa occidental. Un grupo de islotes deshabitados, a excepción de un centenar de almas que vive en la Mitsio Grande dedicadas a la pesca, donde afloran unas gigantescas columnas hexagonales de basalto productos de la cristalización del magma volcánico. Mientras se fondea en la única bahía resguardada del archipiélago es fácil recibir la visita de pescadores locales a bordo de piraguas hechas con troncos vaciados a golpe de hacha – el mismo modelo que usaron sus antepasados hace 2.000 años para llegar desde la lejana península malaya – ofreciendo langostas recién sacadas del agua o enormes macareles de piel acerada.
Pero lo que de verdad interesa de las Mitsio son sus fondos coralinos, unos de los más ricos y aún virginales de la costa malgache junto con los del archipiélago de las Ramada, al sur de Nosy Be. La costa occidental de Madagascar, la que asoma al canal de Mozambique, cuenta con una barrera coralina de más de mil kilómetros de longitud. Una muralla viva donde se refugian miles de especies animales y vegetales hasta formar un ecosistema tan diverso y valioso como el de tierra firme. El canal funciona además como un gran vaso comunicante entre las frías aguas del Antártico y las más cálidas de zonas ecuatoriales, lo que provoca entradas masivas de planctón que a su vez atraen a los grandes viajeros del océano, desde ballenas a túnidos y delfines, que acuden aquí para alimentarse y que junto con los varios cientos de especies de peces que viven asociadas al arrecife, hicieron de estas aguas tiempo atrás un Arca de Noé submarina. Por desgracia, los fondos de Madagascar figuran entre los más amenazados del mundo y ese paraíso sumergido hace tiempo que se esfumó. Apenas quedan ya tiburones y la población de pelágicos ha descendido de forma alarmante. La pesca abusiva, tanto artesanal como industrial a cargo de flotas extranjeras, y el aporte de sedimentos provocado por la erosión de tierra firme ponen en serio peligro las más de 340 especies de coral descubiertas y de paso toda la cadena de vida que se alimenta de ellas.