Viajar a Madagascar es un sueño para cualquier aventurero. Esta enorme y extraña isla pertenece a África, pero por momentos te crees en el Sudeste Asiático. Hay tantos sitios que ver en Madagascar que a no ser que dispongas de un mes entero, lo normal es dividirla en varias rutas. Aquí te describo un viaje a Madagascar de 15 días por la ruta sur. La llamada Ruta RN7, por el número de la carretera nacional por la que discurre. En este otro post te explico cuál es la mejor época para viajar a Madagascar.
Publicado por Paco Nadal el 23 de julio de 2019.
La capital malgache es paso obligado porque aquí está el único aeropuerto internacional. Pero aparte de para una primera inmersión en la vida local, poco más puede aportar esta ciudad grande, caótica y peligrosa de noche. Busca un hotel cerca del centro y pasa a ver la plaza del Zoma, el antiguo mercado de los viernes. Ese día de la semana se celebraba mercado al aire libre tan multitudinario que colapsaba la ya de por sí saturada ciudad. Las autoridades decidieron entonces suspenderlo, pero dejar un mercado diario en esa plaza habilitada en tiempos de la colonia francesa para el mercadeo más reducido que el original, pero tan lleno de vida y ambiente como él. Desde la plaza parte la avenida de la Independencia, la más grande y comercial de la ciudad. El otro polo de atracción turística de Tana —como abreviadamente le llaman sus habitantes— es la colina donde se fundo la ciudad, dominada por el Rova, el antiguo palacio real de la dinastía merina. El original ardió en 1995, y con él buena parte de la cultura merina y las tumbas de casi todos sus reyes y reinas. Fue una gran catástrofe nacional. Lo que ahora vemos es una reconstrucción. Hay un mercado de artesanías muy bueno, el marché de Digue, a las afueras en la carretera que va al aeropuerto. Un hotel muy recomendable en tana es el hotel Palissandre; cerca de la plaza del Zoma, bien equipado, con spa y precio razonable. Más caro y elegante, el hotel boutique Lokanga, en la colina del Rova, con habitaciones muy confortables e increíbles vistas.
Esta ruta sur de Madagascar es conocida también como la RN7 (Route Nationale 7) por el nombre de la carretera nacional por la que discurre en casi su totalidad. La RN7 tiene 540 kilómetros y une Antananarivo con Tulear, en la costa oeste de la isla, una ciudad portuaria ubicada justo sobre el Trópico de Capricornio. Aunque llamarle “carretera nacional” es un eufemismo si pensamos en términos del Primer Mundo. Las infraestructuras malgaches van de malas a peor y esta pomposa ruta nacional – la mejor del país junto con la RN2-, sería catalogada como camino de cabras en Europa, con más agujeros y remiendos que el traje de un mendigo. Conseguir medias de más de 40 kilómetros a la hora es un sueño y sea cual sea el medio de transporte elegido, tu cuerpo se verá sometido a un traqueteo digno de una coctelera. Pero es parte del encanto de viajar por Madagascar. Además, la RN7 te permitirá ver una variedad de paisajes, desde los arrozales de las Tierras Altas hasta los desiertos del sur, que no ofrece ninguna otra carretera malgache.
Antes de iniciar viaje al sur, mi consejo es que –si dispone de al menos dos semanas- vayas primero hacia el este por la RN2 para ver el parque nacional Mantadia. De camino se suele parar en esta reserva privada donde tiene camaleones, reptiles y lémures. Es una reserva, no un zoo, pero aún así los animales están en semilibertad (aviso para quienes tengan problemas de conciencia con estos temas). Pero es uno de los pocos sitios de Madagascar donde vas a poder ver lémures y camaleones tan de cerca como para poder fotografiarlos en buenas condiciones. Los lémures son de las especie sifaka y fulvus y viven libres en el bosque, pero acostumbrados a que les den comida, por eso bajan e interactúan con los visitantes. Los camaleones y los reptiles viven en un gran terrario acotado con mallas metálicas. Está a tres horas de Tana y abre a diario de 8 a 16.
Una pequeña población de unos 1.500 habitantes que se ha hecho célebre por ser la puerta de entrada al parque nacional Mantadia y en la que están la mayoría de servicios turísticos. Una calle mayor destartalada y sucia, pero llena de vida y ambiente, a la que se asoman carnicería, tiendas de abarrotes y alguna otra de souvenirs para turistas, más dos iglesias -una católica y otra protestante- y una estación de tren de la línea de mercancías que aún opera entre Tana y el puerto de Brickaville. Para alojarte, tienes uno de los mejores y más modernos hoteles de Madagascar, un cinco estrellas casi perfecto foemado por bungalós privados: el Mantadia Lodge. También de calidad aunque un poco más antiguo, el Vakona Forest Lodge, un clásico de la zona, con bungalós y agradables salones y zonas comunes. Más barato, y a unos 5 kilómetros en coche de Andasibe y la entrada al parque, el Feon' ny Ala.
El parque nacional Andasibe-Mantadía es una mancha de bosque tropical primario de unos 155 kilómetros cuadrados de extensión que ocupa una buena franja en el este del país. Es una de las grandes reservas de biodiversidad de una isla que ha sufrido una tremenda deforestación. También es el parque nacional más visitado del país por su cercanía a Antananarivo (138 km; unas 4 horas). En él viven 11 especies de lémures entre ellos, la mayor atracción y lo que vienen buscando los visitantes: el indri indri, el mayor lémur que queda en Madagascar: puede llegar a pesar cinco kilos y alcanzar un metro de altura. Es también el único que emite fuertes sonidos, que atruenan el bosque al amanecer. Se ven también lémures bambú, sifakas, fulvus y dorados. Pero en realidad lo que está abierto a las visitas es la reserva Analamazaotra, una pequeña porción del parque, bastante antropizada, con senderos y facilidades para los recorridos a pie. El resto del parque permanece como zona de conservación. Hay varios recorridos señalizados, Indri 1 (2 km; 2 horas) e Indri 2 (4,5 km; 4 horas), son los más demandados; ambos son muy sencillos y aptos para todos los públicos. Es obligatorio, como en todos los parques malgaches, acceder con un guía local, que se contrata en la entrada al parque, a 5 minutos a pie de la localidad de Andasibe.
De vuelta por la RN2 a Antananarivo, se toma, sin entrar a la ciudad un desvío para por fin emprender camino al sur por la RN7. La primera parada recomendable sería en esta población a 62 kilómetros de Tana, famosa por sus artesanos de ollas y utensilios de aluminio. El 90% del menaje de cocina que se usa en Madagascar sale de aquí. Pero no esperes encontrar grande centro de producción. Las ollas cacerolas, cubos y demás objetos se fabrican de forma manual en pequeños talleres con aluminio, cobre o bronce recuperado de aparatos viejos. Un trabajo duro que lleva a cabo un ejército de peones de forma rutinaria e insalubre. El molde se hace en dos cajones de madera donde se apisona tierra en torno a un positivo. Cuando éste se retira se vuelve a cerrar las cajones y se derrama aluminio fundido previamente en rescoldos de carbón. También fabrican juguetes, futbolines de madera y otros artefactos. Hay muchos puestos callejeros donde venden recuerdos de aluminio hechos con este proceso.
La primera gran ciudad de la ruta (260.000 habitantes, la tercera del país) fue un famoso centro vacacional en época de la colonia francesa. Quedan algunas mansiones de aquella época, pero como todas las ciudades malgaches, no destaca precisamente por su belleza y monumentalidad. Sin embargo, hay cosas que ver: tiene una enorme catedral católica, hay interesantes mercados -en especial el de Sabotsy-, alguna piscinas termales, artesanos de cuerno de cebú, de piedras preciosas o de papel artesanal, mucha vida callejera y los famosos pousse-pousse, el transporte local que es una adaptación del tuc-tuc chino traída por los inmigrantes de esa nacionalidad que vinieron a construir ferrocarriles. El drama es que todos los pousse-pousse (unos 3.000) de la ciudad pertenecen a un mismo dueño. Los que tiran de ellos tienen que alquilárselo cada día por 5.000 ariarys; lo que implica que los 10 primeros viajes que hagan en la jornada son para pagar la renta. Un buen alojamiento, hotel urbano moderno y céntrico, es el hotel Plumeria.
Antsirabe está en plena zona de arrozales de las Tierras Altas. El paisaje que envuelve la ciudad es espectacular, parece el Sudeste Asiático más que África, en especial durante los meses en que los arrozales están verdes (de marzo a mayo y de septiembre a octubre). La mejor actividad que se puede hacer aquí es contratar un tour por alguna de la zonas rurales para conocer la vida local de cerca. Una de las más recomendables es al pueblo de Betafo, a 25 kilómetros de Antsirabe. Los guías locales te contarán historias y leyendas y te llevarán a conocer a alguna familia, podrás hablar con ellos, entrar en su casa, pasear por sus campos de labor y visitar la escuela local. Una verdadera inmersión en la cultura de las Tierras Altas malgaches para viajeros interesados no solo en ver paisajes sino en aprender de las gentes que los habitan.
Se trata del cráter de un viejo volcán en cuyo interior se conserva un lago de aguas oscuras considerado sagrado por los malgaches. Es fady llevar comida de cerdo o bañarse después de haber consumido productos de este animal. Una senda rodea la corona del cráter y permite circunvalarlo en una hora. También se puede bajar al nivel del agua para bañarse o dar un paseo con unas rústicas canoas. El problema es que está a más de una hora de coche de Antsirabe por una infernal pista de tierra que empieza en el lago Abdraikiba. Atraviesa paisajes rurales muy bonitos, pero no sé si merece la pena el traqueteo hasta allí. Quizá solo si te sobra tiempo.
Otro de los parques nacionales importantes del sur de la isla. Más grande aún que que Mantadia (410 kilómetros cuadrados), alberga un bosque primario húmedo y está declarado Patrimonio de la Humanidad. Dentro viven siete especies de lémures diurnos y cinco nocturnos. El último de ellos, una subespecie de lémur bambú, fue descubierta en 1987. El sendero balizado requiere unas tres horas de sube y baja y pasa por un mirador con buenas vistas del valle del río Namorona. Es mucho más primario y más auténtico que la reserva Analamazaotra, y en su interior sientes de verdad la densidad de este tipo de selvas que cubrían hace décadas toda la isla. A cambio de esa densidad y autenticidad, se ven menos lémures y los que ves son más difíciles de fotografiar precisamente por el espesor de la canopia. En el pueblo de Ranomafana (que significa aguas calientes), a seis kilómetros de la entrada, hay todo tipo de servicios, desde alojamientos a restaurantes y agencias de excursiones.
Ciudad de unos 150.000 habitantes considerada la capital cultural de Madagascar por su número de universidades e iglesias. Tan caótica y bulliciosa como las demás, tiene una zona residencial en la colina donde fue fundada, llamada Ivonea, que merece un paseo. Originalmente en la colina se levantaba el castillo y el palacio de la etnia betsileo, mayoritaria en la zona. Hoy hay iglesias de varios cultos y buenas muestras de arquitectura colonial francesa. Abajo destaca el mercado Zoma, que aquí sí se sigue celebrando los viernes. Es sin duda el mejor día para visitar Fianarantsoa, siempre que no te agobien las multitudes. Como ocurría en Antsirabe, la ciudad está rodeada de fértiles arrozales y campos de labor. Merece mucho la pena contratar algún guía local para que te lleve a una excursión a pie por poblados betsileo, donde podrás conocer de primera mano la cultura y las formas de vida locales.
Ciudad agradable con buenas muestras de arquitectura colonial francesa y muchos artesanos. Aunque en realidad por lo que se suelen detener los viajeros aquí es por la reserva Anja. Se trata de una enorme y singular montaña de granito, sagrada para los betsileo, a cuyo pie crece un bosque de melia, el alimento favorito de los lémures catta, también conocidos como maki o de cola anillada. El parque lo gestiona la propia comunidad betsileo de Anja y son ellos los que te guían por el interior. El paseo suele durar dos horas y media y se ven muchos, muchísimos lémures catta, tan cerca que casi los puede tocar. Es sin duda uno de los mejores lugares de Madagascar para ver esta especie de protosimio. No dejes de subir al mirador que hay encima de unas grandes rocas de granito. La vista de la montaña sagrada y de todo el valle de Anja es soberbia.
A partir de Ihosy, a 206 kilómetros de Tana, el paisaje cambia de repente. Acaban las jugosas y fértiles Tierras Altas y empieza una espeluznante llanura desértica en la que apenas despuntan los misérrimos poblados de adobe de los bara, la etnia de ganaderos de cebú que habita estas nuevas tierras. Solo una línea de montañas rompe muy al fondo la monotonía del horizonte. Es el parque nacional Isalo, en mi opinión, la visita imprescindible de toda ruta por el sur de Madagascar. Isalo es la única cordillera de roca arenisca de la isla, por lo que la erosión y el modelado es completamente diferente a lo que puedas haber visto hasta ahora. La entrada al parque está junto a la localidad de Isalo, centro administrativo y social de los bara. Hay muchas rutas –siempre acompañados por un guía local-, incluso una de 170 kilómeros que se hacen en siete días, con material de acampada. Pero solo la clásica, la que hace todo el mundo, te dejará con buen sabor de boca. Tiene unos 10 kilómetros de longitud, va primero a una laguna que forma un encantador osais donde te puedes hasta bañar, luego cruza una meseta esteparia entre riscos erosionados y finalmente baja a un cañón espectacular y muy verde. En el fondo hay una zona de picnic en la que puedes llevar tu propia comida o encargarle una a base de barbacoa de brochetas a los guías (cuesta 30.000 aris; unos 7.5 euros). Por la tarde se remonta la garganta de ese cañón hasta otro conjunto de pozas muy bellas. Uno de los lugares más bonitos de Madagascar. Para alojarte en la zona, no lo dudes, el Satrana Lodge, un maravilloso resort al pie de una colina de arenisca, con bungalós de lujo, piscina, buen restaurante y unas vistas soberbias al atardecer.
Es una ventana de roca natural dentro del parque, a unos 20 kilómetros de Isalo, a la que llevan a los turistas a ver atardecer. Sinceramente, es una sandez. Sobre todo porque tendrás que pelear con docenas de turistas tratando de hacer la misma foto que tú. Sin embargo, si vas, esperas a que se meta el sol y con él se vayan las hordas de visitantes y consigues quedarte un rato en soledad, el paisaje que te envuelve será soberbio y solo por la sensación de paz que te embargará habrá merecido la pena la espera.
El 80% de los habitantes de esta región son pastores bara. El otro 20%, buscadores de zafiros venidos de todos los rincones de la isla. La de buscador de zafiros es una de las tareas más duras, ingratas y mal pagadas de Madagascar. No más de 2,5 euros por picar durante 8 o 10 horas en una de las minas de zafiros más grandes del mundo, descubierta en 1998. La mayoría de ellos vive en Ilakaka, el siguiente pueblo a Isalo por la RN7. Ilakaka es un poblado del Far West, una ciudad crecida en oleadas y con las calles llenas de buscavidas y de mano de obra no cualificada que deambula esperando que la contraten. Tiene fama de ser el lugar más peligroso de Madagascar. A ambos lados de la única calle del pueblo, que coincide con RN7 se levantan multitud de tiendas que venden zafiros y piedras preciosas –todas con guarda de seguridad y rejas en las ventanas- a precios que los buscadores que las sacan de la tierra no podrían reunir ni en dos vidas que vivieran. Un lugar para parar, hacerse la foto y seguir camino. Hay varios pueblos más adelante de Ilakaka donde también venden zafiros y piedras preciosas. El último de ellos es Sakaraha.
La RN7 termina, 540 kilómetros después, en Tulear, una ciudad grande, portuaria y polvorienta. Esta es una de las zonas más secas del país, donde no llueve más de 10 días al año. Pero a cambio ofrece una de las zonas de playa más bellas y sugerentes del país. Uno de los mejores sitios pasar unos días de descanso frente al mar tras el duro viaje por la RN7. Ifaty-Mangily son dos poblados de pescadores, a unos 25 kilómetros de carretera asfaltada al norte de Tulear, con una buena infraestructura de hoteles a pie de playa, pero sin el agobio ni la masificación de otras playas del Índico. La costa esta protegida por un arrecife de coral, declarado Patrimonio de la Humanidad, donde se puede hacer snorkel y buceo (te lo ofrecerán en mil sitios de la playa). La arena es dorada, el agua verde-esmeralda y aunque en marea baja no hay baño posible, los atardeceres son idílicos y los paseos por la playa, memorables. Un hotel de lujo con excelentes bungalós en primera línea de playa es el Dunes d’Ifaty; un sitio con mucho encanto. Más barato y alternativo, con un buen restaurante y bar a pie de playa, el Sur le Plage.
A apenas 500 metros de Mangily está la entrada a la Reserva Reniala, un bosque seco con una buena colección de la flora del sur de Madagascar. La estrella de la reserva son los numerosos baobabs de varias especies que se elevan majestuosos sobre el resto de especies. Si nunca has visto un baobab, estos de Renalia te encantarán. Sobre todo un ejemplar de 1.200 años de antigüedad que tiene forma de cafetera. Hay también alores, falsos baobabs, árbol-pulpo, cactus….