Kioto, capital imperial de Japón durante 1000 años, es la visita imprescindible en cualquier recorrido por el país. Ningún otro lugar de Japón atesora tantos templos, santuarios, palacios, castillos, jardines y lugares de interés como esta ciudad de millón y medio de habitantes a orillas del río Kamo.
Publicado por Paco Nadal el 18 de noviembre de 2017.
La montaña que cierra Kioto por el este es una gigantesca colección de templos, santuarios, museos, tiendas y lugares especiales. Es el lugar perfecto para empezar toda visita a Kioto y merece la pena dedicarle un día completo. Se puede empezar por el extremo sur, con sus múltiples recintos religiosos incluidos el templo budista Kiyumizu-dera, el Kodai-ji (iluminado por la noche en primavera y otoño) o el museo Nacional de Kioto. Luego, cruzando el parque de Maruyama-koen (con sus bellos parterres, lago y puentes) se puede visitar el santuario Chion-in, con su monumental puerta de acceso (ojo, el pabellón principal está cerrado por reformas) o el pequeño y ornamental Shoren-in. Al anochecer se puede bajar hasta Gion, el barrio de las geishas, para completar un día cansado, pero lleno de vivencias.
Más conocido como el templo de las mil estatuas, este enorme pabellón de 120 metros de largo situado también en la ladera de Higashiyama excita poco la atención cuando se ve por fuera. Pero una vez dentro, la mirada se pierde en una colección única en todo Japón: mil y una estatuas de madera recubiertas de láminas de oro de Kannon, una bodishattva muy venerada en el budismo japonés como diosa de la compasión y una de las expresiones de Amida Buddha. El lugar es de verdad impresionante, más aún si tienes en cuenta que el edificio y las estatuas son originales del siglo XIII. El domingo más cercano al 15 de enero se celebra una fiesta a la que los padres llevan a los niños ataviados con kimono y pequeños arcos con flechas en recuerdo de una competición de arqueros que se celebraba en este lugar en la época Edo.
Estará petado de turistas vayas el día que vayas, pero merece la pena la cola. La que probablemente sea la imagen más icónica de Kioto (y casi, casi de todo Japón) es una villa de descanso mandada construir por el shogun Ashikaga Yoshimitsu en 1397. Pero a su muerte se trasnformó en templo zen en el que se veneraban reliquias de Buda. Todo el exterior está recubierto de láminas de oro. Para magnificar la construcción, se rodeó de un precioso jardín con pinos y un estanque con islas y rocas en el que el pabellón se refleja como en un espejo. En otoño, cuando los arces de la orilla adquieren un increíble color rojo, la escena deja boquiabierto a cualquiera. Por desgracia, aunque se salvó de los bombardeos de la II Guerra Mundial, en 1957 un novicio budista enajenado le prendió fuego, así que lo que vemos es una reconstrucción. Un hecho histórico que el escritor japonés Yukio Mishima recrea en una obras más famosas: El pabellón dorado.
La aseveración de que un jardín japonés se compone de agua, vegetación y piedra y que lo más importante (y caro) de los tres es la piedra se cumple en este templo de Higashiyama, con un célebre jardín que solo tiene piedras. En concreto 15 sobre una base de gravilla blanca. No se sabe quién lo construyo ni por qué. Está pensado para meditar. Personalmente me decepcionó un poco: no me produjo la armonía que esperaba. Aún así, merece la pena la visita al Ryoann-ji por el paseo que rodea el gran lago anexo. En otoño es uno de los jardines más espectaculares de Kioto por la cantidad de arces rojos que encontrarás.
Es uno de los principales templos de la zona de Arashiyama -la otra montaña que cierra la ciudad, pero por el oeste- famoso por su jardín zen, espectacular (y lleno de visitantes, por supuesto) tanto en primavera como en otoño. La salida del jardín por el extremo norte conecta directamente con la senda de cemento que atraviesa el famoso bosque de bambú de Arashiyama. Es un lugar agradable, pero a juchos le decepcionará por su reducido tamaño y por el agobio de verlo siempre junto a una marabunta de visitantes. Está bien como complemento a la viista a otros templos de la ladera de Arashiyama.
Un gran recinto de palacios, murallas y jardines que se conserva tal cual fue cuando desde este lugar los señores de la guerra ejercían el poder durante la época Edo. Ocupa una manzana entera en el centro de la ciudad. La visita al castillo Nijo-jo es interesante por las sólidas murallas, por los jardines de coníferas, que transmite paz y serenidad, pero sobre todo por el interior de los palacios, en los que residieron cinco shogunes. Se conservan muchas pinturas y paneles originales y se han recreado algunas salas con maniquís en escenas muy realistas de cómo debía ser la vida de la corte en aquella época y cómo tuvo que ser una audiencia entre el mandatario y sus gobernadores.
Es una auténtica delicia pasear por las estrechas calles de este barrio de casas tradicionales de planta baja y alero curvo, uno de los pocos que reflejan aún cómo tuvo que ser el viejo Kioto imperial. Los farolillos rojos y blancos animan a entrar a los numerosos restaurantes y casas de té, de las que quedan casi un centenar, muchas atendidas por auténticas maikos y geishas. La calle principal, Shijo Dori, parte en dos el barrio y es la zona comercial más concurrida, pero la verdadera esencia de Gion está en los callejones que se extienden a ambos lados. Lo que veréis en abundancia son jóvenes turistas disfrazadas por unas horas con el traje tradicional japonés. Aquí te dejo la información para alquilar un kimono tradicional y vivir la experiencia de sentirte como una local.
Shijo Dori es la gran arteria comercial de Kioto. La sección más transitada se prolonga desde la calle Karasuma hasta la entrada del parque Maruyama, en Gion. Entre Karasuma y el puente sobre el río Kamo está llena de tiendas de moda, marcas internacionales, complementos y cafeterías. En el tramo que cruza Gion hasta la puerta del parque abundan las pastelerías, tiendas de recuerdos y comercios tradicionales, más pensados para el turista.
Si hay un lugar capaz de transportar al visitante a los tiempos imperiales, de geishas y samuráis, es Pontocho, un callejón de apenas tres metros de ancho, paralelo al río Kamo , entre los puentes de las calles Shijo y Sajo. Pontocho alberga la mayor concentración de izakayas y restaurantes de toda la ciudad. Muy frecuentado por los turistas, encontrarás desde comida tradicional japonesa hasta pizzas. Si eres capaz de aislarte de los otros cientos de clientes como tú que buscan mesa, te verás transportado mil años atrás.
Una visita obligada en Kioto es a este templo dedicado a Inari, el dios de las cosechas de arroz, que se levanta al sur de la ciudad (estación Inari del JR). Fushimi Inari es el famoso santuario con miles de torii anaranjados que salía en la película Memorias de una geisha. Los torii se despliegan a lo largo de cuatro kilómetros de caminos que suben hasta la cima del monte sagrado Inari. Merece la pena recorrer con calma sus vericuetos y subir a ver atardecer sobre Kioto desde la cima del monte. Aunque en fechas señaladas puede ser misión imposible: Fushimi Inari es uno de los lugares más famosos de Kioto y suele haber miles de visitantes que lo saturan todo.
Esta localidad al sur de Kioto es famosa por ser una de las principales zonas productoras de te matcha. En la calle principal hay tiendas que llevan más de 400 años vendiendo este te verde tan especial -y apreciado en Japón-. A Uji se suele ir para participar en una ceremonia del té; puede parecer una turistada, pero si te centras en el sentido y la pompa de la ceremonia te permitirá conocer un poco más del ceremonioso y complejo ritual social de esta desconocida sociedad. Las ocha no sensei -las maestras de la ceremonia del té- repiten un proceso parsimoniosos y perfectamente regulado desde hace siglos.
Una vez en Uji sería imperdonable no visitar también el Byodo-in, una antigua residencia de descanso del clan Fujiwara construido en el año 980 y más tarde reconvertido en templo budista. La imagen de su bello salón Amida, original de 1503, reflejada en el lago es otra de las postales recurrente de Kioto. En su interior se conserva una estatua de Amida Buda de tres metros de alto, rodeada por 52 santos budistas. Merece la pena entra a ver el pabellón Amida, único que se conserva intacto en todo Japón de aquel período, pasear luego por los jardines, y visitar más tarde el museo anexo (construido bajo tierra), donde se conservan los tesoros artísticos que albergaba el templo, entre ellos la campana original.